Legión de ángeles

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Mucho ruido y pocas plumas

La trama de Legión de Ángeles (Legion, 2010) es una cruza entre la escatología cristiana de Dogma (1999) y el Apocalipsis claustrofóbico de La niebla (The Mist, 2007). La películase arma de la mitología caricaturesca de la primera para contar la “seria” historia de la segunda. La suma de sus partes es inferior en el producto final.

El arcángel Michael (Paul Bettany) desciende a tierra para proteger el nacimiento de un bebé en un diner de mala muerte en medio del desierto operado por Dennis Quaid e hijo. Atrincherados en el local junto a otros especimenes estereotipados de etnias y clases varias, defienden a la embarazada en cuestión mientras hordas de ángeles espásticos (suerte de zombis demoníacos) sitian el lugar.

Los personajes le cuentan su vida al que tienen al lado mientras esperan el próximo ataque. Esto recae en más de una subtrama blanda y fofa. Otra película de zombis más feliz, Tierra de Zombies (Zombieland, 2009), lograba interesarse por sus protagonistas y era rica en química forjando relaciones creíbles y atípicas. Los zombis pasaban a un segundo plano. Aquí, la conversación es propaganda expositiva, simplemente intervalos entre escenas de acción.

Dios ha decidido liquidar al nuevo bebé mesiánico mandando un ejército de ancianitas, heladeros y niñitos poseídos por ángeles (en la práctica son tan viciosos como demonios). ¿No tiene Dios alguna forma menos elaborada y más inmediata, digamos una inundación, para matar a un neonato? ¿No hay algo inexacto en el que cinco o seis civiles, rednecks sureños, se carguen centenares de ángeles como si fuera un video juego? ¿Y por qué todos los Apocalipsis son culpa de, suceden en y son resueltos por Estados Unidos?

La producción tiene gusto a independiente, y de a momentos las escenas más ostentosas y elaboradas rayan el artificio del papel maché y los malos efectos de computadora. El Cielo, en particular, parece un callejón art deco hecho de cajas. La dirección artística fluctúa entre lo vergonzoso y lo meramente bien logrado. Esto se convierte en una experiencia frustrante, ya que la película nunca desborda crudeza como para terminar de condenarla, pero tampoco excede expectativas. La mayor atención ha ido al maquillaje y a los efectos; el resto parece descuidado, y más por negligencia que por costo.

Todo esto es una desgracia para el director primerizo Scott Stewart, que a pesar de esto logra sonsacar actuaciones moderadas de los actores principales, y un montaje que sabe disfrazar la pobreza de las escenas de acción. Pero tal vez el pecado capital de esta película –ya que estamos en tema– sea su vanidad. Hay dentro del film un potencial que apunta hacia una calidad superior, pero su religioso apego a los esquemas genéricos, diálogo superficial y contradictorio guión, terminan por poseerla.