Las voces

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

“Las voces”: cuento extraño, sórdido y lento

Las gacetillas anticipan que éste es un cuento dramático acerca de un ventrílocuo. Como en el cine los ventrílocuos suelen enloquecer por culpa de sus perversos muñecos, el espectador bien podría esperarse algo por ese estilo, tipo «Al caer la noche», del brasileño Alberto Cavalcanti, con Michael Redgrave, pero acá la cosa es más original. Simplemente, no hay muñeco. Este tipo es loco por cuenta propia.

Aclaremos. Al comienzo tiene una muñeca vestida de azul, a la que dedica todo su cariño y con la cual sale a mendigar por un callejón pobrísimo, pero el dueño de la pensión se la quita de puro malo y como parte de pago del alquiler. Así que el tipo se pasa el resto de la película haciendo dos voces «a capella», como quien diría. Su estado lo lleva, sin solución de continuidad, a charlar con una nena bastante cargosa y sospechosa, que solo él ve, y sería la hija de una señora sorda muy amable, que se enamora de él porque le gusta ver cómo sus labios «se mueven en silencio, como en las películas de antes». Lo cual permite comprobar la veracidad del dicho «nunca falta un roto para un descosido».

La cosa es que el hombre se siente perseguido por la mujer y por la hija imaginaria de la mujer, que encima se le pone celosa. También parece perseguirlo la policía. Lo mismo, el boletero del cine de mala muerte donde trabaja como número vivo. Esto ocurre a mediados de los 50, según puede deducirse de los trajes, las costumbres y los afiches del cine, salvo uno de 1947 que claramente dice «La senda oscura», como augurando para dónde va el sujeto. El cine ofrece «Mercado de Abasto» y «La mujer de las camelias», con Zully Moreno, pero nosotros seguimos atrapados por esta película. Que además tiene una historia paralela ambientada en la época actual, donde aquella mujer ya está agonizando pero le transmite mentalmente un mensaje a la nieta, que es una nena real pero igualita a la que el loco se imaginaba. ¿Y qué dice el mensaje? Que busquen al loco porque es su abuelo. ¿Y qué hace el loco del abuelo cuando hija y nieta lo encuentran? Cosas de loco, pero de loco perverso.

Pablo Torre, autor de todo esto, ama, o quiere exorcizar, ese mundo turbio y decadente del cine que sufrieron sus mayores, tal como lo ha mostrado en sus anteriores «El amante de las películas mudas» (gran caracterización de Alfredo Alcón) y «La mirada de Clara». La película que ahora hizo sigue esa línea, y si uno se pone a masticarla puede encontrarle además ciertas lecturas simbólicas muy interesantes. Solo hay que aceptar su estilo, todo muy tétrico, sórdido y lento, con un protagonista obligado a moverse como un perro apaleado del «kammerspielfilm» más pesimista, y una niña seria, solemne y poco confiable. Irreprochables, en cambio, la música envolvente del maestro Luis María Serra, la buena fotografía, y la escena en que la niña, chantajista, se pone a caminar con tacones por la baranda del superpullman, unos cuantos metros por encima de la platea.