Las marimbas del infierno

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

Julio Hernández Cordón y una fábula con sesgo documental

¿Cómo sumar el sonido tradicional de un viejo y melodioso instrumento usado para música popular al heavy metal? La idea puede ser disparatada o excelente. La marimba, esa especie de xilofón con teclado doble, caja de cedro, ejecutado a golpes de baqueta -instrumento nacional tanto en Guatemala como en México-, es el eje del segundo largometraje del guatemalteco Julio Hernández Cordón (el primero fue el premiado Gasolina , acerca de una pandilla de jóvenes ladrones de combustible). Es la historia de músicos marginales muy especiales, pero en particular de uno atrapado por su pasión por la marimba y su falta de trabajo. El otro es un metalero legendario, médico, ex satanista, que abrazó el catolicismo y el judaísmo.

Hernández Cordón tomó a sus singulares antihéroes de la calle para demostrar cómo la gente de su país, más allá de las limitaciones, puede tener proyectos originales y muy locos a la vez.

Tragicómico, sin apuro, con fotografía (en HD) impecable y encuadres muy estudiados, el relato -una ficción con registro por momentos de documental- pone en primer plano a don Alfonso, un cincuentón intérprete de marimba extorsionado por una "mara" (pandilla violenta), de las que asuelan aquel país, y que busca esconder su instrumento de quienes, asegura, desean quemárselo. Alfonso va con su marimba (con la inscripción "siempre juntos") a cuestas. La arrastra por las calles de una ciudad inmensamente pobre y peligrosa, hasta que Chiquilín, su ahijado contrahecho, lumpen importante, le presenta a Blacko, veterano heavy metal. Alfonso le propondrá conformar una banda, una que nunca llegará a tocar.

Lo que sigue es una serie de delirios (la decisión de Chiquilín de empeñar el instrumento de su padrino y la de éste de robar uno), antes del final peripatético que es un nuevo comienzo, una huida. son clave para entender este espejo de una realidad difícil de explicar, la de un país muy golpeado que Hernández Cordón sabe cómo retratar. En el final se comprueba qué tan bien suena la marimba metalera. Por lo escuchado, muy bien.