Las insoladas

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Los enceguecedores años '90

Nace de una buena idea, aunque chiquita, y se sostiene por el trabajo de las actrices, pero le faltan diálogos potentes.

Un amanecer naranja pone luz a los edificios en la gran ciudad. Es Buenos Aires y se sabe que la temperatura arranca con más de 20ºC. En una terraza se encuentran ellas. Poco después se sabe que es sábado.Las insoladas, de Gustavo Taretto, reúne a seis actrices en un espacio único y una situación que va sumando estados de ánimo, particularidades y la energía que transforma las palabras en un proyecto.Las mujeres comparten una actividad semanal: bailan salsa y van a competir esa noche. No se sabe si el bronceado enrojecido por horas de exposición al sol tiene que ver con la circunstancia del baile. La terraza es el lugar en el que se aíslan para hablar de ellas y ser ellas, embadurnadas y sedientas.

La película está planteada en un contexto general del que se habla al paso. Es 1995, fiebre del uno a uno, con Menem en el gobierno. Todos viajan, menos ellas. La ironía, al pintar aquello desde el presente, depende del espectador.

El sexteto integrado por Carla Peterson, Violeta Urtizberea, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Elisa Carricajo y Maricel Álvarez logra una relación coral bajo el sol despiadado. Ellas van encarando conversaciones a jirones, con datos sueltos, en la intimidad de la terraza. Paulatinamente el espectador conoce los aspectos sobresalientes de sus personalidades mientras toman agua, pican algo en dieta rigurosa y hablan. Los personajes se definen por la palabra.

Y están tipificados como una foto más o menos estándar: Vicky (Urtizberea), la peluquera de inocencia desconcertante; Kari (Carricajo), estudiante de psicología y terapias alternativas; Sol (Álvarez) la ‘sabelotodo'; Vale (Bellati), en crisis con los hombres; Lala (Lopilato), la nueva, cree en los extraterrestres; y Flor (Peterson), la líder que se las arregla como promotora.

El grupo, al ritmo cumbiado de Here comes de sun, sintetiza la franja de clase media que arañaba algún gustito y, habitante de un paraíso artificial, no llegaba a fin de mes. La película transmite esa sensación, aunque faltan diálogos potentes (no necesariamente intelectuales o políticos) y recursos de puesta. Las fotografió con mano maestra Leandro Martínez, que captó sudor y lágrimas, las gotas del rociador, los tonos y los detalles de la piel, los ojos al sol. Las amigas transitan el día bajo el sol, afiebradas por aquello que les falta: insatisfacción de los años 1990, cuando parecía que las oportunidades eran ajenas.

Las insoladas nació de una muy buena idea, que fue cortometraje en 2002 y envejeció. Cabe pensar en la herencia cultural de una época tan pobre y banal que cuesta reciclarla. Si ‘todo es energía' como dice Kari, Las insoladas se sostiene por las actrices. Ellas exponen su piel para contar una anécdota chiquita sobre el descubrimiento de un sueño compartido.