Ladrona de libros

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Sobre la lectura como consuelo ante el horror

Los latinos imaginamos a la Muerte como una mujer de bromas pesadas, según vemos, por ejemplo, en "Brancaleone a las Cruzadas" y "Juan Moreira". Los anglosajones se imaginan un hombre cruel que cumple su tarea, a veces melancólico, como ese que en "Der Mude Tod" quiere comprarse un terrenito para descansar un poco. Así que acá escuchamos la voz de un hombre, contándonos recuerdos de una época en que le sobraba trabajo, y de cómo una huerfanita pudo crecer en esa época, y superarla. El triunfo consolatorio de una vida, entre tantas almas que se fueron. Curiosamente, acá Muerte no mata a nadie, solo se acerca a retirar las almas de los que expiran, víctimas de otros hombres.

Muerte narra la historia. Y cada tanto hace observaciones filosóficas, tipo "Si lo hubieran matado esa noche, al menos habría muerto vivo". La novela original de Markus Zusak "La ladrona de libros" tiene varias de esas frases, y una descripción del cielo durante la larga Batalla de Stalingrado, blanco, luego crecientemente rojo hasta desplomarse sobre la tierra, y así cada día, que es todo un hallazgo poético. La novela también va y viene en el tiempo, para ponernos sobre aviso, tranquilizarnos, o explicarnos visualmente algún episodio. Lamentablemente, la película del mismo título que ahora vemos ordena la historia en forma lineal, reduce climas y tensiones, olvida líneas amadas por los lectores, se reduce a mera e insuficiente ilustración del libro. No le quita el alma, pero apaga bastante su riqueza.

Aun asi, es una película de mérito. La historia sigue siendo atractiva. Una niña entregada en adopción a un matrimonio sencillo durante el régimen nazi, alguna gente de uniforme pero buena mezclada con otra de perversa uniformidad, un niño amigo y otro demasiado malo, las miserias de la guerra, la grandeza de algunos civiles que hicieron lo que pudieron, y en medio de eso la atracción de los libros, el ansia de leer y de escribir. Todo envuelto por la música del maestro John Williams, esta vez sin orquestaciones imponentes. Y los actores son buenos, empezando por Geoffrey Rush en rol de padre adoptivo, y la chica Sophie Nélisse, que ya se había lucido en "Profesor Lazhar". También Emily Watson, aunque para que ella actuara cambiaron el carácter de su personaje. Quien hace la voz narradora de la Muerte, en cambio, parece que da mejor para un publicitario.

Un acierto de la adaptación, hay que reconocerlo: el libro salvado de las llamas no es "El hombre que se encogía de hombros", como dice la novela, sino "El hombre invisible", claro anticipo de la aparición de alguien obligado a hacerse invisible, un joven judío. Y otro mérito: el final no se estira tanto. Igual parece un poco por debajo del resto, pero lo mismo pasa con la novela. Rodaje en los históricos Estudios Babelsberg, donde rodaron Fritz Lang, Marlene Dietrich, los nazis, el productor antinazi Erich Pommer con "Los asesinos están entre nosotros", y más recientemente Román Polanski con "El pianista", sobre la misma guerra. Pequeño dato: el lugar donde viven nuestros personajes, Himmelstrasse, calle del cielo, es el nombre que le pusieron al camino de una cuadra hacia las cámaras de gas en el campo de Sobibor. El pueblo de Olching cerca de Munich, no existió nunca. Los bombardeos de los aliados sobre las poblaciones civiles, como acá se cuenta, esos sí que existieron. Munich, Dresde, etcétera. Pero ésa ya es otra historia.