Laberinto de mentiras

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

De horrores negados, obediencias debidas y miserias sociales

Este film que representará a Alemania en el Oscar extranjero reconstruye la investigación de un joven fiscal idealista para desentrañar en pleno período de posguerra la verdad sobre lo que ocurrió en el campo de concentración Auschwitz, pese a la resistencia de buena parte de la sociedad.

Elegida hace unos días para representar a Alemania en la disputa del premio Oscar al mejor largometraje en idioma no inglés, esta película dirigida por el realizador y también actor de origen italiano es una versión sobria y tradicional –en un estilo que podríamos llamar “cine arte internacional”– de un tema verdaderamente impactante y menos conocido de lo que debería ser: la negación de la magnitud de los crímenes del nazismo con el que se vivió en Alemania durante casi dos décadas.

El protagonista es un joven fiscal a quien le llama la atención la denuncia que hace un periodista acerca de que un torturador de Auschwitz está dando clases en una escuela de Frankfurt, ciudad en la que viven. Nadie quiere meterse con el caso –es 1958 y todos prefieren mirar para otro lado ya que muchos han estado implicados o han tenido familiares que lo estuvieron–, pero este joven idealista sigue la pista. Lo curioso para el espectador de hoy es darse cuenta de que ni él ni la mayoría de la gente del lugar tienen idea de qué era Auschwitz y qué pasaba allí. Algunos no lo saben realmente. Otros, bueno, prefieren mirar para otro lado.

Pero Johann Radmann, con la anuencia del jefe de los fiscales –el único que lo apoya a seguir en la búsqueda– empieza no sólo a investigar lo que sucedió allí sino también a sacar a luz los archivos que existían sobre el campo, ya que los nazis dejaron apuntado casi todo lo que hacían.

El film seguirá por un lado la búsqueda de testigos que puedan acusar a los nazis que aparecen en esas listas, las entrevistas a los acusados y, un tanto más tangencialmente, la búsqueda de Mengele, acaso el más tristemente célebre de todos los criminales de Auschwitz que, aseguran en la película, va y viene de Alemania a Argentina sin ningún problema.

Con el correr de los años y de la investigación, Johann empieza a darse cuenta de que la tarea es casi imposible ya que, finalmente, de una u otra manera casi todos los que lo rodean estuvieron implicados, por acción u omisión, en algún hecho terrible del nazismo. Y eso empieza a aislarlo cada vez más de los demás y a poner en duda la posibilidad de llegar a “buen puerto” con la búsqueda de criminales, ya que hasta sus seres queridos más cercanos, descubre, pudieron estar también involucrados.

La película es correcta, prolija y sus modos narrativos son más bien tradicionales, por no decir antiguos. Esto es: lo más interesante que tiene el film es observar esa transición de un país desde la negación de los crímenes hasta una especie de reconocimiento de lo que sucedió a partir de los llamados Juicios de Auschwitz en Frankfurt, que tuvieron lugar entre 1963 y 1965. No es, por citar un ejemplo, un trabajo cinematográfico deslumbrante sobre un tema relativamente similar como sí lo era la polaca Ida, pero sí es un testimonio de una etapa bastante llamativa en la vida de los alemanes: el momento en el que, más de 15 años después de terminada la guerra, empezaron a tomar conciencia de lo que había pasado allí.