Laberinto de mentiras

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Mirada correcta sobre el Holocausto

Inspirada en hechos reales, esta película de Giulio Ricciarelli indaga en un tema incómodo para los alemanes: la negación del horror del Holocausto por parte de la inmensa mayoría de la sociedad, incluso hasta muchos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.

El film que la ahora sí políticamente correcta Alemania seleccionó como su representante para el Oscar extranjero reconstruye la historia de un fiscal (en la realidad fueron tres) que entre 1963 y 1965 llevó adelante una serie de juicios contra varios de los responsables de las masacres de los campos de concentración de Auschwitz.

La trama arranca en la Fráncfort de 1958. Johann Radmann (Alexander Fehling) es un fiscal joven, ingenuo y entusiasta que paga el derecho de piso ocupándose de casos menores (como multas de tránsito). Cuando un periodista denuncia que un maestro de escuela es, en verdad, un criminal de guerra a nadie parece interesarle demasiado. Pero Radmann, típico héroe purista e idealista que parece salido del cine clásico norteamericano de los años 40 y 50, empieza a investigar el tema y, claro, descubrirá muchas, demasiadas verdades ocultas e inconvenientes para ricos y poderosos.

La película está construida con un bienvenido clasicismo narrativo (incluso hasta algo demodé), pero el principal problema es su necesidad de explicar más de lo conveniente. Ese didactismo cae por momentos en el subrayado y la bajada de línea de admisión culpógena. Tampoco está demasiado lograda la subtrama romántica de Radmann con una atractiva diseñadora de moda, relación que entra en crisis cuando las presiones, las dudas y la hiperactividad van minando las fuerzas del protagonista.

De todas maneras, más allá de las limitaciones, Laberinto de mentiras es una película bastante sólida, bien filmada y actuada, con una impecable reconstrucción de época y una mirada correcta. Quizá demasiado correcta.