La vitalidad de los afectos

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

En La vitalidad de los afectos , el cineasta belga Felix Van Groeningen (cuya anterior Steve+Sky se conoció aquí en DVD) cuenta una historia marginal, y lo hace como si él mismo fuese parte de ese mundo, es decir, más o menos en primera persona. No sabemos a ciencia cierta si es así, si está de alguna forma poniendo un espejo delante de un universo que le es familiar, pero sí se puede afirmar que no sólo demuestra calidad narrativa, sino, además, una sinceridad que conmueve, como si fuese una confesión de partes.

En verdad, Van Groeningen adapta la obra autobiográfica de Dimitri Verhulst contada por Gunther, un escritor cuarentón que recuerda el inicio de su adolescencia en una familia patética junto a su abuela, su padre y sus tíos, personajes lamentables, groseros y alcohólicos.

La vida de estos seres discurre en una casa humilde, donde poco espacio le queda a este chico al que su entorno intenta hacer crecer de golpe, como si eso fuera posible cuando no existen reglas y las que sí aparecen no son precisamente muy pulidas.

Se trata de gente bastante bruta que supera los límites permanentemente, que entre otros excesos organiza una bizarra competencia con ciclistas desnudos (un momento que parece homenajear al cine de Emir Kusturika). Y ocurre que la llegada de un control social cuestiona la tutela del chico a cargo de semejante padre, que se desmadra aún más, rompe su casa y termina también desahogándose a los golpes con el único ser querido cercano, al que nadie duda que ama. Van Groeningen se cuestiona, a través de su relato, cómo es posible el amor a pesar de todo, y convierte este interrogante en el gran tema que reaparece cuando aquel joven, ya adulto, es padre de un niño no deseado por él pero al que, a pesar de todo, ama también.

La vitalidad de los afectos no cambiará seguramente la historia del cine, pero es un retrato sincero y hasta luminoso (y esperanzado) de un mundo más oscuro de lo que aparenta, y si consigue atrapar es por sus correctos encuadres, por su desenlace en el presente, pero en especial por la dirección de un elenco homogéneo en el que se destacan Kenneth Vanbaeden y Valentijn Dhaenens.