La vida después

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Oscuras líneas paralela

Son fantasmas o en todo caso, la historia de Juan (Carlos Belloso) y Juana (María Onetto) tiene cierta textura fantasmal, desde el momento en que se ingresa a ese micromundo de lo que fue un matrimonio, una relación de muchos años que llegó a su fin.
Sin embargo, desde ese comienzo a mitad de la vida de los protagonistas, el relato se divide casi en partes iguales para seguir las rutinas de cada uno en solitario. Pero tampoco, porque tienen una vida juntos, entonces en ese nuevo comienzo que incluye mudanzas, otras voces y otros ámbitos, se siguen viendo, cruzando sus destinos porque aun sienten cariño el uno por el otro, son civilizados, de un buen pasar económico (ella conductora televisiva, él escritor), quieren lo mejor para el otro.
Y siguen unidos por dos décadas de convivencia y Juana que retoma una activa vida social que incluye a un ex compañero de teatro y Juan que no, que no sale (salvo para ir al gimnasio en donde mira alternativamente a una atractiva mujer de su edad y a un joven musculoso en pleno ejercicio), que se aísla en su casa frente a la computadora entre las páginas pornográficas, el chat de citas y que siente celos mientras avanza su novela que tiene como centro su separación, su propia soledad y la mirada sobre su ex mujer se confunde la realidad con el texto que avanza, mientras la pulsión por una aventura sexual con alguien desconocido se hace urgente.
La vida después es una película rara en el panorama del cine actual, en principio porque la puesta tiene una elegancia precisa –en parte por la fotografía de Jorge Dumitre– que complejiza el relato para reordenar los perfiles del principio que se desdibujan para sentar nuevos parámetros en una ambigüedad oscilante sobre Juan y Juana, en segundo lugar porque la percepción que tiene cada uno de los personajes sobre el otro da paso a una reconstrucción posible –tanto de parte de los protagonistas pero también como una tarea para los espectadores– en donde lo real va dando paso a un juego de otras realidades y por último, un especial y se podría arriesgar hasta obsesivo trabajo con la dirección de actores, en donde tanto Onetto como Belloso construyen un vínculo verosímil para ofrecer un contrapunto extraordinario.