La verdad oculta

Crítica de Uriel De Simoni - A Sala Llena

De hombres y hombres.

Hay palabras que se valoran más que otras y mucho más luego de asistir a la función de La Verdad Oculta, de la cual egresé con un extraño sentimiento de falta de gusto sobre lo cinematográfico que acontecía segundos antes en pantalla. “no me gustó… me parece abyecta” fue la reacción primaria ante tales acontecimientos y el motivo por el cual decidí esperar en la escritura y crítica de una obra como la que nos convoca. Pero hay palabras que cliquearon cognitivamente la percepción e hicieron razonar a este humilde servidor.

La Verdad Oculta no trata de una temática que se subyuga a la central, ni de composición de subrelatos que enriquezcan contextualmente el entramado monocromático del horror. La Verdad Oculta, de Larysa Kondracki, no toca otro aspecto de la realidad que no sea la trata de personas como problemática social, desde un plano sociológico correspondiente al imaginario colectivo sobre el valor y principio sobre tales prácticas (del tráfico de personas), recurriendo a su vez a hechos reales para dar mayor poder y fuerza a su trabajo fílmico de denuncia.

Claro y conciso. Hechos para ser contados. Una visión para ser enmarcada y lanzada al escenario como un reflector que ilumine aquello que debe verse, a aquellos a quienes debe verse y reflejar empáticamente un sentimiento que nos es propio, que no basta con un “sentarse y mirar el filme”, sino con toda una estructura mayor que condiciona la opinión y el silencio.

La Verdad Oculta nos revela a través de la imagen (formando una temática multimedia por los ámbitos que abarcaron los sucesos narrados), una verdad ya conocida pero que no estamos dispuestos a ver. Nos ilumina un sendero trazado por personas que viven y mueren para controlar, abolir, luchar, y miles de verbos más contra el tráfico, trata, maltrato, ilegalidad, etcétera, sobre el cuerpo humano, sobre el ser humano, sobre uno, sobre todos.

Es entonces preciso no solo analizar este filme como una película en sí misma y solo eso, sino que el tema da para más: habla de lugares concretos, de personas concretas, de entidades y organizaciones existentes que en las sombras manejan los hilos del títere que es el mundo y los agentes que intervienen maléficamente en él.

La protesta como imagen y sonido transmutado en celuloide proporciona, afortunadamente para el estreno en el país, una formación de conciencia que no pasará por alto. La Verdad Oculta es de los pocos filmes “basados en” que proponen el disparador como causa y fin para una reflexión intensa y verdadera sobre lo cercano de la cuestión, lo real de lo que muestra, el compromiso como modo de vida, el pensamiento seguido de acción como única vía efectiva en el todo.

Resulta ser un hecho que, en el contexto que se narra en la pieza (año 1999, Bosnia), “El Mundo” es una vía libre para todo acto criminal y para el oscurecimiento de los factores que permiten el horror, como así también de los participantes del delito. Entonces, no es que se verá un filme en La Verdad Oculta, sino una red discursiva no contingente, sino necesaria para el esclarecimiento. No hablamos de arte, hablamos de exposición de una verdad, de una porción de esa verdad y la afectación. Excelentemente expuesta por Kondracki sobre la pantalla, el relato se basa en la constante ascendente hacia el epicentro del terror, ilustrado en magistrales actuaciones que sobrepasan el lineamiento psicológico normal de la construcción de caracteres verídicos. Lo verídico esta allí, afuera, dentro, para escupir sobre el terreno silencioso, aquella voz que rezaba “El hombre es el lobo del hombre”.

Desprovista de la primeridad de catálogo enunciada, la película no resulta propia “de la abyección”, sino que esto se manifiesta de cuerpo presente a nivel conciencia en cuanto no podemos ver aquello otro que dice sin hablar el filme, pero conocemos y ya no podremos olvidar. Un ojo que captura una esencia, una vida, un propósito, y reproduce lo grabado en su retina hacia una infinidad de retención es lisa y llanamente un ojo digno de ser visado, de ser disfrutado y más que nada, de ser pensado.