La verdad oculta

Crítica de Andrea Migliani - Puesta en escena

Las secuelas de la guerra en los escombros de Sarajevo y la trata de personas con fines de explotación sexual en un buen film sin golpes bajos.

La guerra, sus secuelas, daños colaterales que le dicen los que dirigen los misiles contra los inocentes y muchas otras cuestiones inherentes a este horror son materiales que el cine utiliza no siempre con el mejor resultado. No sólo porque amar una épica no es para todos sino porque las tentaciones de dramatizar estos espantos muchas veces tienen que ver con cierto marketing que dice: si está en los diarios y preocupa, hagamos de cuenta que nos importa. Hacer la lista sería extenuante para el lector y para esta cronista pero baste recordar algunos falsos mea culpa sobre Vietnam y en el tema de violencia de género el film que protagonizaron Jennifer López y Antonio Banderas sobre los asesinatos en Juárez, México, La ciudad del silencio o Bordertown (2005).

En La Verdad Oculta (The Whistleblower, 2010) se narra la historia del desastre post guerra en Sarajevo y cómo Kathryn Bolkovac construida por Rachel Weisz, es enviada allí como garante de paz. Ella es una agente de policía estadounidense y a poco de llegar descubrirá un red de trata con fines de explotación sexual que si no fuera siniestra por el sólo hecho de su existencia es además difícil de desarmar ya que de ella participan los mismos garantes de paz: funcionarios de la ONU que por ser diplomáticos son inmunes, es decir, impunes.

Por estas tierras y en otras varias se conoce el resultado de lo que acontece cuando quien debe cuidarte es quien viola tus derechos. Así, la tarea de restablecer un orden quebrado por uno o varios delincuentes es más ardua ya que si quién viola es el Estado o la propia ley, no hay modo de darle su merecido, o al menos o hay modo sencillo de castigar y restablecer un orden

El film que transita escenas de crudeza pero la dirección de Larysa Kondracki, la buena labor dramática de Weisz y sus acompañantes Vanesa Redgrave y David Strathairn, entre otros, logran un film sin más pretensión que la exhibición de un estado de cosas y no chocan contra muros imposibles como muchas veces ocurre cuando leemos la advertencia “basada en hechos reales”. Complots de alta jerarquía seguirán existiendo siempre y el cine al menos tomará el recaudo de retratarlos, en este caso logradamente, para que el arte también sea vehículo de conciencia.