La vendedora de fósforos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El montaje de una ópera en el Teatro Colón. Una pareja (Walter Jacob y la siempre notable María Villar) que se ocupa como puede de criar a su hija pequeña mientras ambos trabajan. Una vieja y brillante pianista (Margarita Fernández) a la que la protagonista le roba sus ahorros para comprar un piano. Música clásica por mayor y un homenaje (con recreación incluida) a Al azar Balthasar, el clásico de Robert Bresson. Todo eso -y bastante más- es lo que propone el director de El escarabajo de oro en otro de sus patchworks cinéfilos y rompecabezas de géneros, estilos y referencias.

En esta producción de El Pampero Cine, Moguillansky se basó en un hecho real (en enero de 2014 el compositor alemán de música concreta Helmut Lachenmann vino al Colón para presentar su versión de La vendedora de fósforos, transposición del cuento de Hans Christian Andersen) para a partir de allí construir una ficción dominada por enredos, equívocos y desventuras varias.

Walter (o Valter) es el responsable de la régie de la ópera y María (o Marie) va y viene del Colón a su casa y de su casa al estudio de la pianista para la que trabaja tratando de cuidar a la pequeña. Entre los típicos conflictos de pareja, de maternidad/paternidad y económicos, el director va describiendo también los ensayos de La vendedora de fósforos (muchas veces complicados por huelgas de la orquesta o paros del transporte) y las distintas ideas de puesta en escena que Marie le va proponiendo cada día a un cada vez más desconcertado Walter.

No es difícil encontrar paralelismos entre la protagonista de la historia original de Andersen y la de la pequeña hija del matrimonio, pero igual la cosa se complica cada vez más con cuestiones como, por ejemplo, la historia de unos guerrilleros del Ejército Rojo alemán en la década de 1970 o los debates sobre la pertinencia o no de la música avant-garde ¿Que son demasiadas cuestiones y ramificaciones? Puede ser. Pero en el exceso, la acumulación, el espíritu lúdico, el sentido coreográfico, el off muchas veces literario y cierta propuesta si se quiere pretenciosa reside también el encanto y la particularidad del cine de Moguillansky. Tómelo o déjelo.