La última ola

Crítica de Fernando López - La Nación

Es cine de superacción a la noruega

Terremotos, volcanes, tornados, tsunamis, erupciones, huracanes, inundaciones, aludes, avalanchas. Con su voz estruendosa, la naturaleza suele recordarnos de vez en cuando nuestra pequeñez en el universo. Siempre atento al espectáculo y, por cierto, con una intención bastante más utilitaria, el cine (Hollywood en particular) ha sabido prestar especial atención a esos y otros fenómenos naturales, al punto de haber desarrollado un formato que algunos llaman género: el cine catástrofe. Sin pretender oponerle una franca competencia (al menos no en términos de inversión), la industria noruega intenta con La última ola introducir alguna modificación al atender un poco más a la perspectiva humana y bastante menos a la espectacularidad de los efectos que suele proveer la computadora. Lo que logra con esa variación, que también incluye cierta merma en su carácter grandilocuente, es que el tsunami que está en el centro de este relato, sin perder su efecto estremecedor, se perciba como más creíble y por eso mismo, en cierto sentido, más inquietante. Mucho tiene que ver en ello el escenario real de Geiranger, la pequeña ciudad turística en un fiordo del oeste de Noruega, con la siempre amenazante presencia del Akerneset, el gigante rocoso cuyos desprendimientos causaron más de un desastre en el pasado. Precisamente en aquel que derivó en tsunami en 1934, destruyó la ciudad de Tajford y mató a 40 personas se inspiró Roar Uthaug para concebir esta historia.

Como entusiasta del cine catástrofe, su propósito era combinar elementos de ese "género" con los de la realidad de la situación noruega, cuyos majestuosos paisajes favorecen, sobre todo en la primera parte, el lucimiento del fotógrafo John Christian Rosenlund, al mismo tiempo que Uthaug emplea un tiempo igualmente generoso al desarrollo de los personajes. Aquí no hay, como es habitual en el formato explotado por Hollywood, breves historias que pintan a cada uno de los personajes que se verán involucrados en el esperado desastre (como tampoco hay estrellas de distintas épocas para encarnarlos), no porque falten algunos clichés, sino porque han sido utilizados con moderación, y también con considerable inteligencia.

Casi todo gira en torno de una familia: la del geólogo que está punto de mudar de trabajo y de ciudad (irá ahora a una empresa petrolera) después de haber dedicado años a vigilar el comportamiento de la montaña vecina y estar alerta ante cualquier irregularidad, tarea en la que lo secunda un experimentado equipo de especialistas. Con Kristian también están por viajar su esposa, la serena y sensata Idun, y los dos hijos de la pareja, un adolescente que no se despega de sus auriculares y una nena que no se despega de su osito de peluche. Todo irá alterándose en la medida en que aparezcan signos de que algo anormal puede suceder.

Uthaug es fiel a su propósito: en su film no abundan los grandes golpes de efecto, pero sí hay una tensión creciente: como subrayó un crítico norteamericano, todo en el tsunami que el film reproduce se ve como un cataclismo natural, escalofriante, pero real, lo mismo que las reacciones de los personajes, incluidos los cuatro miembros de la familia, que -alguna concesión puede perdonársele al film- son sorprendidos por la catástrofe cuando están separados en lugares diferentes; la madre con el adolescente, el padre con la hija menor. Pero se agradece que, sin perder la tensión, se hayan ahorrado los grandes efectos visuales y las exageraciones en nombre del gran espectáculo y se haya preferido recrear la catástrofe tal como sucedería y tal como la ciencia lo pronosticaría. Un bienvenido realismo que gana en verosimilitud.