La última mirada

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

Gonzalo es un joven escritor y periodista nacido en la Argentina y criado en España que decide volver al país para terminar de escribir una novela acerca de sus padres, torturados y asesinados durante la dictadura militar y también para lograr, ambiguamente, vengarse de los asesinos de aquellos. Con esos propósitos se instala en un pequeño pueblo de las afueras de Buenos Aires donde es recibido por unos parientes que entenderán sus intenciones, aunque tratarán de hacerlo olvidar de aquellos años de horror, cuando él era un niño y observó el trágico fin de sus padres. Al paso cansino de su caballo, Gonzalo conocerá a un estanciero hosco y a la hija de éste, y ambos comenzarán a vivir un apasionado romance.

El escritor, sin embargo, no cejará en su intento de averiguar el destino de sus mayores y dialogará con Marta, esa muchacha que ahora halló a su amor y parece feliz en su entorno familiar. De esas conversaciones le surgirán a ella las dudas de que quienes son aparentemente sus padres podrían ser, en realidad, aquellos que la adoptaron cuando fue separada de sus progenitores y llevada por ese hombre que, en aquellos tiempos, había sido uno de los verdugos de numerosos desaparecidos. Las dudas de Marta crecen y, en un viaje a Buenos Aires, va a la institución de las Abuelas de Plaza de Mayo para tratar de averiguar su origen mientras Gonzalo va descubriendo en aquel torturador a uno de los asesinos de sus familiares.

La historia se desarrolla sobre una base algo artificiosa. Una serie de personajes, muchos de ellos concebidos con trazos demasiado simples, rodean a esa pareja que aúna sus esfuerzos para desentrañar su verdadera identidad. En su cuarto largometraje, Víctor Jorge Ruiz quedó a mitad de camino entre una trama de amor, una necesidad de venganza y ese esfuerzo de definir la identidad de los descendientes de los desaparecidos. Se destacan los trabajos de Arturo Bonín, Katja Alemann y Eugenio Roig.