La suerte en tus manos

Crítica de Fernando López - La Nación

Con tres films que se nutrían de la propia experiencia y reflexionaban en torno de la paternidad - Esperando al Mesías , El abrazo partido y Derecho de familia -, Daniel Burman desarrolló un estilo personal y abrió una vía inteligente y afortunada hacia la armoniosa convivencia entre el cine de autor y la buena respuesta comercial. Siempre en busca de ese delicado equilibrio -que no le resultó tan asequible cuando intentó transitar por terrenos menos familiares, incluida la muy exitosa Dos hermanos -, apuesta con La suerte en tus manos por la comedia sentimental, un género para el que le sobran sensibilidad, espíritu jovial, sentido del humor, dominio del ritmo y talento para extraer lo mejor de sus actores. Sin embargo, y aunque varias de esas virtudes están presentes también esta vez, los resultados no son tan felices como cabía esperar. La historia -que curiosamente se inicia con la decisión del protagonista de practicarse una vasectomía- carece de la necesaria consistencia, se dispersa en varias tramas secundarias que interrumpen la continuidad del relato y lo estiran sin agregar demasiado, y, sobre todo, carece de eje, lo que fatalmente desdibuja a los personajes e impide que se establezca con ellos la indispensable empatía, un rasgo que distingue al mejor cine de Burman.

Con su drástica decisión, Uriel (un Jorge Drexler que asume con bastante soltura el compromiso de heredar la función de álter ego de Burman, inevitablemente asociado a los tres Arieles de Daniel Hendler), se ha separado recientemente y quiere evitar que la hiperactiva vida sexual que lleva en su nueva soltería lo sorprenda con otro nacimiento (ya tiene dos hijos) y, sobre todo, con otro compromiso. Adicto al póquer y a las mentiras, descontento consigo mismo y con su ocupación, ya tiene, a su juicio, bastantes responsabilidades. Como con los naipes, cree que puede jugar a conducir el destino. Hasta que de Francia (y de su pasado) llega Gloria, y le cambia los planes. Ella fue una pasión de juventud que él perdió por inconsistente, y ahora puede ofrecerle una segunda oportunidad, pero para eso Uriel deberá madurar, atreverse otra vez a decidir.

Los aciertos (diálogos picantes desarrollados a buen ritmo, réplicas ingeniosas, aprovechamiento de los ambientes y del buen desempeño de los actores) se verifican en ese sector central del relato, donde a cada rato asoma la mirada irónica de Burman, pero la cohesión se sacrifica bastante en beneficio de otros elementos -presuntamente destinados a sumar más atractivo comercial al cuento-: el rescate de parte de la Trova Rosarina (con derecho a una secuencia musical algo forzada pero sin duda eficaz para darle al final una inyección de energía y un grato tono evocativo; la presencia de dos figuras del peso de Norma Aleandro y Luis Brandoni, en dos papeles que pueden resultar simpáticos (los dos esconden algún secreto) a pesar de que no pasan de ser personajes accesorios y responden menos a las necesidades de la trama que a la voluntad de brindarles a los actores ocasión de lucimiento: ella es la madre de Gloria, respetada autoridad en la difusión cultural por radio; él, médico, consejero y casi compinche del protagonista. Otra subtrama más tenue encuentra en unos rabinos rockeros y la precoz vocación musical de uno de los chicos la excusa para incorporar el ámbito judío. Y hay todavía algunas escenas visualmente atractivas que sólo funcionan como (innecesario) relleno.

Sí se perciben los temas aunque abordados de una manera superficial: la intervención del azar, las segundas oportunidades, el temor al compromiso, la búsqueda de cierta lucidez para distinguir el momento en que el destino invita a tomar decisiones. Claro que sumar no es lo mismo que concertar y en ese equívoco a la película se le extravía más de una vez el foco.

Prolija y atractiva en lo formal, se reconoce en La suerte en tus manos la marca de Burman -en su tono amable y ligero, en sus ironías, en su afecto por los personajes. Y como es habitual, en el impecable desempeño del elenco. Cada espectador decidirá si eso es suficiente.