La revolución es un sueño eterno

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

A la sombra de la historia

La película rinde un claro homenaje a los protagonistas que vivieron los ideales de la Revolución de Mayo con mayor coherencia y pasión: Castelli, Moreno, Belgrano, Monteagudo... Ilumina el perfil de esos hombres que ocuparon un lugar decisivo en la historia argentina y sin embargo terminaron en soledad, empobrecidos y olvidados.

El punto de vista recae en una figura nublada en el recuerdo oficial: Juan José Castelli (Lito Cruz), llamado “el Orador de Mayo” y despliega su mirada nada complaciente sobre los resultados de esa revolución. Se alinea en una lucha de intereses comunes junto a Moreno, Belgrano y otros patriotas que no vieron recompensados sus ideales y sacrificios sino con sinsabores.

El guión arranca en 1812, año en que Castelli ya está prácticamente mudo por un cáncer de lengua y es juzgado por un tribunal que cuestiona su proceder en la historia reciente. El héroe ha caído en desgracia y está afectado físicamente en la parte de su cuerpo que fue más brillante. La narración se organiza desde este personaje cuya fortaleza parece desmoronarse frente a intrigas de enemigos internos. La película está vertebrada a partir del juicio de un tribunal con jueces de pelucas tan ridículas como impecables, que vierten acusaciones injustas de las que lo defiende su joven compañero de lucha, Bernardo de Monteagudo. La historia va y viene entre 1806 y 1812, con recuerdos de las invasiones inglesas, la contrarrevolución de Liniers, el cabildo abierto del 22 de mayo, el primer aniversario de la Revolución.

De la novela al cine

La progresión de la novela no es lineal, en la película tampoco, ya que se inicia con Castelli viejo, enfermo y cuestionado, pero intenta un seguimiento más ordenado que el caótico fluir literario. El largo monólogo se transforma en diálogos con otros interlocutores y en el desarrollo de situaciones que en la novela apenas están insinuadas pero que permiten crear momentos de mayor epicidad, indispensables para la trama cinematográfica que por momentos acusa el peso de una retórica que luce acartonada.

Las idas y vueltas en el tiempo se aclaran con una cronología fuertemente subrayada por subtítulos, con fechas precisas, según aclara el director “aun a riesgo de ser demasiado didácticos, para que la gente joven que vea la película pueda tener también una referencia histórica”.

Una decisión de “contar a la antigua”, es decir con hiperrealismo y sin alegorías, ahonda el esfuerzo que de por sí demanda el cine histórico en cuanto a puesta en escena, aunque buena parte de las escenas épicas, como los fusilamientos, sortean la dificultad de los escenarios al instalarlas en un ámbito fantasmal, atemporal.

Optimismo de la voluntad

La película no queda en lo exterior sino que pone especial cuidado en la reconstrucción, aun con ajustado presupuesto, y se esfuerza siempre en transmitir el hálito poético que tiene la novela original. Los parlamentos principales corresponden a Lito Cruz como Castelli, pero también son notables las intervenciones de Machín -interpreando a un Belgrano tan lúcido como desesperado- y las consideraciones vertidas por un joven Bernardo de Monteagudo, personificado por Juan Palomino. Solamente Adrián Navarro -como Mariano Moreno- no se destaca a la altura de su personaje. También cobran voz y rostro los contrincantes Beresford, Liniers, Cisneros e incluso un traficante de armas, todos en diálogos reveladores donde se exponen las luces pero también las bajezas de los protagonistas de aquel entonces.

La lucha de estos hombres tiene muchos puntos en común con los revolucionarios de todas las épocas. La película los trae al presente, convertidos en hombres de carne y hueso que se indignan y se conmueven hasta el llanto, no tienen los uniformes impecables, insultan y maldicen a la par que pelean.

En el perfil de estos revolucionarios cabales que marchan al silencio o al exilio, está muy remarcada una ética heroica y trágica en el sentido que Gramsci llamaba “pesimismo de la razón pero optimismo de la voluntad”. Así, estos héroes asumen un destino de perdedores en ese sueño incesante de ideales, sin jamás resignarlos, aunque -como señala Castelli un par de veces- la revolución no tenga el encanto de un ramo de flores.