La revolución es un sueño eterno

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Revisionismo histórico sin revisionismo cinematográfico

El revisionismo histórico, tan arraigado en la industria literaria nacional actual, se traslada a la pantalla grande con La revolución es un sueño eterno. Al igual que varios exponentes del fenómeno gráfico, aquí se trata de una narración cuyo eje está en la revaloración de un personaje históricamente relegado de los primeros planos mediáticos: Juan José Castelli, una de las grandes figuras de la Revolución de Mayo de 1810.

Basado en el libro homónimo de Andrés Rivera, el film del veterano Nemesio Juárez, quien conoció al autor de la novela durante su participación conjunta en un grupo de intelectuales de izquierda a mediados de los años '60, retrata al abogado (Lito Cruz) durante la etapa postrera de su enfermedad, en 1812. Desde allí la película retrocederá hasta la cocina de la Revolución, primero, luego hasta las acciones durante la campaña del Ejército Expedicionario del Norte, donde Castelli representó los intereses de la Primera Junta, y finalmente, al juicio por mal desempeño en la contienda. que nunca llegará a su fin, ya que Castelli morirá en octubre de 1812, poco tiempo antes de la sentencia.

Ya desde la escena inicial, con Castelli en la cama recibiendo asistencia de su esposa (Mónica Galán), queda claro el aliento pomposo que tendrán los largos 110 minutos de metraje. Así, la propensión de los personajes a la afección constante conlleva, a su vez, a una secuencia infinita de diálogos altisonantes. La consecuencia principal de esa combinación es otra combinación, en este caso entre los géneros históricos y épicos con la construcción de criaturas faltas de gramaje y sin carnadura más propias de una matriz más cercana al culebrón vespertino que al de la puesta en abismo de sus sentimientos y sensaciones.

Así, La revolución es un sueño eterno se convierte en un desfiladero de próceres como Mariano Moreno (Adrian Navarro), Manuel Belgrano (Luis Machín) y el eterno ladero que fue Bernardo de Monteagudo (Juan Palomino), cuya historia repleta de contracciones, de idas y venidas, merece con creces su propia película.