La reencarnación de los muertos

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Zombies en estado catatónico

No caben dudas que Romero es un buen director desde la seminal La noche de los muertos vivos (su mejor película) y sus incursiones en el mainstream (Creepshow; Monerías diabólicas; La mitad siniestra). Pero los zombies son su imperiosa obsesión, desde aquella memorable opera prima hasta sus cuatro secuelas filmadas en distintas décadas, ya que los muertos vivos siguen siendo el territorio de placer, el componente lúdico y aun vital del cineasta. Con bienvenidos reciclajes e ínfimas variables que recorren el gore, la parodia, la lectura política y social y el derrumbe de la familia media estadounidense, la saga de zombies de Romero constituye un corpus esencial para los amantes del género.
Sin embargo, su sexta incursión en el tema muestra sus costados más débiles, o en todo caso, la fragilidad narrativa del director. La historia, contada con parches y remiendos que hasta puede causar sorpresa en los zombies-fans, retoma temas del western de manera tosca y desganada a través del enfrentamiento entre dos familias y de la presencia de unos soldados que enfrentarán a los muertos vivos que andan más famélicos que otras veces. Una isla será el hábitat donde se desarrollará la trama, pero a Romero parece no importarle la construcción de un espacio cinematográfico, sino la acumulación de clichés.
Los giros dramáticos de La reencarnación de los muertos, por momentos, parecen provenir de un director recién iniciado o de un cortometraje bizarro concebido por un grupo de amigos fanatizado por el género. Está bien, dos o tres escenas funcionan por sus características paródicas y los últimos 15 minutos dejan una montaña de cadáveres destripados y mutilados para el éxtasis de los seguidores del gore más elemental. Pero es poco, casi nada, para un cineasta que a fines de los años sesenta modificó ciertas reglas del género, confiando en el lenguaje del cine, filmando con un presupuesto de 120 mil dólares y proponiendo una sutil crítica de aquel Estados Unidos racista que aún vivía el duelo por el asesinato de Kennedy.