La reencarnación de los muertos

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Lejos de la rutina

George A. Romero regresa a la saga de los zombies.

La sexta entrega de la saga de zombies creada por George A. Romero 43 años atrás encuentra al ya veterano realizador en un extraño dilema: ¿cómo seguir contando distintas versiones de la misma historia después de tanto tiempo? Y lo interesante es que, en lugar de convertir el asunto en una rutina, Romero sigue teniendo ideas creativas y hasta arriesgadas para resolver ese tipo de problemas. Los resultados no siempre están a la altura de sus ambiciones, pero lo cierto es que nunca se repite.

Después de la estructuralmente compleja El Diario de los muertos –en la que jugaba con la idea del falso documental-, en La resurrección de los muertos parece querer volver a lo básico y directo, una suerte de western político con los zombies como espectadores, casi, de un enfrentamiento que bien podría darse sin ellos.

La trama de La resurrección...

tiene como protagonistas a dos líderes de clanes enfrentados entre sí, cada uno –literalmente- con cadáveres en sus placares, y a un grupo de soldados que, después de una serie de enfrentamientos y fugas, caerán en el medio de esta pelea, deberán tratar de entenderla y luego saber de qué lado ponerse. Los zombies serán como bombas de tiempo que obligan a los personajes a apurar decisiones, relojes narrativos que llevan a los protagonistas a actuar.

Esa batalla de clanes, en manos de Romero, es una metáfora más que evidente de la guerra política establecida en los Estados Unidos, esa lucha fratricida que enfrenta a demócratas con republicanos, estados “azules” con estados “rojos”, y así. Salvo algunos aparatosamente berretas efectos digitales, Romero hace una película como si los ’80 nunca hubieran terminado: gore básico y brutal, personajes caricaturescos, humor acaso involuntario, todo absurdamente excesivo y a la vez casero. Más cercano al origen de la saga que a la pretendida complejidad de Diario...

Este “regreso a lo básico” no siempre es del todo feliz ni logrado, y la trama se vuelve algo confusa e intrascendente, pero muestra que Romero, a una edad en la que podría poner piloto automático cual zombie en la dirección, todavía se plantea cómo seguir contando, una y mil veces, la historia de un mundo dominado por los zombies que acaso sea más realista de lo que él mismo imaginaba allá, a fines de los años ’60.