La Quietud

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Desde su irrupción en el primer BAFICI, hace ya veinte años, Trapero es uno de los directores de cine argentino que cuenta con una trayectoria tal que nos permite asegurar que es un autor con estilo propio y que se encentra en la búsqueda permanente de un nuevo lenguaje cinematográfico.
“Mundo Grúa” fue su primer título, de corte netamente independiente, que supo marcar todo un estilo dentro del llamado -en ese entonces- “nuevo cine argentino”.
A partir de allí, su cine estuvo siempre atravesado claramente por temáticas de corte social con un fuerte compromiso de denuncia a través de sus personajes protagónicos, tal como lo hizo en “Carancho” “Elefante Blanco” o “Leonera”.
Luego de su incursión en un proyecto netamente comercial como “EL CLAN” (indudablemente su película más impersonal pero más taquillera) ahora con el estreno de “LA QUIETUD”, Trapero vuelve a contarnos una historia intimista –podemos relacionarla dentro de su filmografía con “Nacido y Criado”- aunque en este caso, con una óptica dominantemente femenina.
“LA QUIETUD” se centra en el vínculo de dos hermanas, Mia (Martina Gusmán) y Eugenia (Bérénice Bejo) quien debe regresar desde Paris con motivo de una descompensación que ha sufrido su padre, la que lo ha dejado en un coma profundo.
El guion se dispara en diversas direcciones: por un lado encontraremos el propio vínculo entre las hermanas, teñido fuertemente por los recuerdos y con una cantidad de secretos subyacentes que se irán desentrañando a medida que transcurra la trama.
Por el otro, se presenta en este entramado familiar a una Eugenia que se instala en la estancia familiar (justamente “La quietud” del título) como esa hija pródiga que regresa, marcando más aún la absoluta preferencia que tiene su madre por ella –quien incluso no duda en exponerlo abiertamente-, mientras que Mia es la que tiene un lazo tan fuerte como patológico con su padre y será, por ende, la que sufra mucho más profundamente el difícil momento por el que atraviesa la familia.
El producto en los rubros técnicos es impecable y Trapero vuelve a demostrar un talento especial en el manejo de la cámara: exquisito en la presentación de la estancia familiar como un personaje más de la trama y efectivo en la dirección de sus actores, luciéndose sobre todo en escenas de gran tensión que están muy bien resueltas.
Pero “LA QUIETUD” comienza a resquebrajarse con un guion que cae en múltiples lugares comunes, que toma decisiones de manera abrupta y caprichosa hasta que se tiñe, sin quererlo, de un clima de folletín para este retrato de la burguesía local, con momentos en los que incluso se hace difícil creerle a los personajes.
Diálogos forzados –hay escenas en las que a Bejo no se la nota cómoda con la dicción y todo suena muy impostado-, situaciones que se resuelven de una escena a otra sin ningún arco dramático y “sorpresas” en los giros que presenta la trama que remiten a momentos históricos muy oscuros y terribles de nuestro país, tema que parece estar justificado por la necesidad de incluir un elemento que genere un viso de compromiso político dentro de la historia.
Así las capas se van superponiendo y el efecto acumulación en vez de sumar, resta. Traiciones cruzadas, secretos, infidelidades, relaciones edípicas y mentiras familiares que irán saliendo a la luz, todo se va mezclando lentamente en una historia que pretende incluir demasiados temas sin lograr profundizar en ninguno demasiado en ninguno de ellos.
Algunas escenas, incluso, desentonan con la propuesta general del film, sobre todo en lo referente a la sexualidad de las hermanas que generan una particular incomodidad por el trazo demasiado grueso con el que están construidas.
Por supuesto que también hay puntos fuertes de “LA QUIETUD” y la química que logran Martina Gusmán y Bérénice Bejo como las hermanas es tan intensa que incluso, por momentos, en pantalla, tienen un parecido absolutamente asombroso.
La potente composición de Graciela Borges como la matriarcal Esmeralda, dueña de un temperamento fuerte e indomable, devuelve a la pantalla a una de las actrices más icónicas del cine nacional en un papel que explota en cada una de las escenas que juega, con interesantes contrapuntos con Gusmán.
Los roles masculinos quedan relegados a un segundo plano en esta historia de fuertes protagonistas femeninas, pero Joaquín Furriel (como el hijo del escribano que se verá implicado en la investigación que se lleva a cabo sobre ciertas escrituras) sabe sacar partido de su Esteban y Edgar Ramírez como el esposo de Eugenia, también aporta con su aparición nuevos condimentos a la trama.
Trapero parece narrar un universo que le es ajeno y no logra la contundencia y la intensidad de la mayoría de su obra. No obstante, es un director que toma riesgos, que sabe cómo contar una historia, aun cuando las irregularidades de “LA QUIETUD” hagan que quede como un producto menor dentro de su filmografía.