La pasión de Michelangelo

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

No apto para creyentes

Muchas veces las películas se terminan malogrando por falta de concepto o malos finales. Un desenlace mal elaborado o al menos mal resuelto modifica en su conjunto el paquete presentado porque el moño es más importante que el envoltorio y en cine el envoltorio se ve antes que el contenido.

Si de contenido se trata, lo primero que podemos afirmar es que La pasión de Michelángelo, segundo opus del chileno Esteban Larraín – no tiene parentesco con Pablo Larraín- transita por los carriles del cine político a partir de un hecho verídico acaecido en los años 80 en plena dictadura pinochetista, que tiene su epicentro en un pequeño pueblo, cerca de Valparaíso, protagonizado por un adolescente de 14 años, huérfano, quien aseguraba tener una conexión directa con la Virgen Maria, al hacerse portador de un don que le permitía comunicarse para dar cabida a sus mensajes.

El vidente de Piedra blanca arrastró la concurrencia de miles de fieles, movilizó a los medios de comunicación que explotaron la noticia desde sus aristas religiosas, amarillistas y escapistas de una realidad atravesada por un clima social y político convulsionado, que rápidamente se ajustó a un contexto propicio para manipular desde las altas esferas del poder la relación intrínseca entre la fe y la esperanza cuando la necesidad de creer en tiempos difíciles es mucho más necesaria y redituable.

La trama avanza por contraste de dos puntos de vista: el del cura vicario Ruiz Tagle (Patricio Contreras), quien es enviado por las autoridades eclesiásticas a investigar y corroborar el acontecimiento de señales milagrosas para oficializar el acontecimiento en el orden institucional y el punto de vista de Miguel Ángel (Sebastián Ayala), el muchacho que se ha convertido de la noche a la mañana en la sensación mediática y en el títere perfecto de la política para amansar las ovejas del rebaño, quien lejos de mostrarse humilde ante sus pares y la comunidad exhibe su vanidad y se rodea de oropeles y un séquito obediente desafiando a su autoridad.

Todas las condiciones de un thriller religioso están servidas en bandeja teniendo presente la obviedad de un personaje con crisis de fe, a la sazón el jesuita Ruiz Tagle, en pleno trabajo de investigación ante las sospechas de fraude y engaño colectivo a manos de un falso profeta, con un trasfondo político que salpica tanto a la iglesia como al Estado y desde una mirada que no juzga y reflexiona el fenómeno pero que no logra despegarse del esquematismo y el estereotipo.

Sin embargo , La pasión de Miguel Ángel comienza a trastabillar una vez que todas las cartas se exponen en la mesa y ya no queda mazo por repartir en la caprichosa dialéctica de las compensaciones para no tomar ninguna dirección y despejar la saludable ambigüedad que una película de estas características necesita para tener sentido y coherencia. Ese defecto, que hace a la esencia del film, estalla promediando el final y entonces todo aquel andamiaje revestido de cierta sutileza y prolijidad se desmorona y precipita al abismo de la mediocridad de una manera gratuita y realmente muy poco creíble para dar cuenta de ese recurso facilista paradójicamente llamado la máquina de Dios.

Da toda la sensación de que el realizador chileno no supo separar la impronta emocional con la distancia y rigor racional para sumergirse en un terreno difícil como el de la fe y mucho menos alcanzó a sugerir, bajo su enfoque manifiestamente no religioso, alguna brecha que fuera lo suficientemente atractiva para dejar la semilla de la duda planteada en el espectador, sin ofender su creencia pero sí descreyendo de los modos en que puede manipularse a los creyentes, algo que resulta universal y no inherente a la idiosincrasia de un pueblo o nación.