La otra piel

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Una crisis burguesa

El séptimo arte cuenta con una tradición larguísima de propuestas centradas en diversas crisis existenciales, esas que suelen deberse a una amalgama de detalles concernientes al trabajo, la familia, la pareja, la amistad, el barrio y otros ámbitos varios que conspiran para que llegue la inefable frustración y la idea de que las cosas no están saliendo precisamente bien a nivel íntimo y/ o social: si nos concentramos en el campo específico de los dramas, ya que la comedia es más caótica y gusta de tratar a todos por igual, se puede afirmar que mientras que la burguesía -frente a este panorama- suele terminar implosionando (con silencios, burlas cortantes e hirientes y muchas visitas al psicólogo en pos de “comprender” lo que ocurre), los demás estratos sociales suelen explotar (acusaciones entrecruzadas a los gritos, escenas melodramáticas en público y una catarata de escraches coloridos mediante).

Así las cosas, La Otra Piel (2018) es un ejemplo paradigmático de película de crisis burguesa de influjo bergmaniano basada en personajes masculinos soberbios, pedantes y egoístas y personajes femeninos reprimidos, silentes y algo vacuos, siempre tendiendo más a la autovictimización que a responder a los embates del entorno o la propia insatisfacción consigo misma. Como casi toda epopeya indie que se precie de tal, aquí la protagonista, Abril (María Figueras), una tatuadora, en esencia es una mujer no estimada/ ninguneada por su pareja (Rafael Spregelburd), un director mucho más preocupado por los ensayos de la obra teatral de turno que por la señorita, esa que de un momento a otro decide emprender un derrotero de autodescubrimiento en función de un catalizador concreto, nada menos que la muerte -o no, nunca se sabe del todo- de un cliente con el cual tuvo un mínimo affaire.

Atrapada en la sensación de ser un triste fantasma entre la fauna varonil, primero cosificada como objeto del placer y luego utilizada y desechada a los pocos minutos, la mujer se traslada a Brasil y alquila una casa sin avisarle del viaje ni siquiera a su madre. El film, dirigido y escrito por Inés De Oliveira Cézar, juega con un régimen contemplativo que por un lado logra desmenuzar la angustia de la protagonista gracias en gran medida a la excelente actuación de Figueras, quien hace de la economía gestual y el silencio sus fuertes, y por otro lado consigue sacar provecho también de esos constantes recitados en off por parte de Spregelburd, extraídos de su opus La Terquedad, los cuales le agregan un manto de reflexión y belleza a las imágenes a la vez que ponen el acento en el mismo proceso creativo que todo artista debe sobrellevar para producir y dotar de sentido social a su obra.

Como ocurre con muchas propuestas semejantes, el ardid narrativo de invocar la pasividad del personaje central a veces lamentablemente se acerca al terreno de la zoncera ya que en su periplo Abril se topa con dos hombres más con los que -palabras más, palabras menos- vuelve a cometer los mismos errores de siempre para seguir presa de su martirio fetichista símil una abulia/ apatía que a la larga resulta algo redundante; a lo que se suma un metraje excesivo tratándose de una historia con giros que se ven venir desde lejos. Aun así, La Otra Piel constituye un trabajo interesante que unifica con sutil naturalidad el dejo lírico de fondo, un elenco muy acertado y un examen concienzudo en torno a los coletazos que la obsesión y los rituales laborales pueden llegar a tener en nuestro círculo íntimo, por lo general destruyéndolo de a poco vía frialdad, torpezas y esa repetición individualista…