La obra secreta

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Importante el estreno temprano de La obra secreta, el próximo jueves 18, en este enero caluroso de Buenos Aires. Y esperado film, por varios motivos de los que me voy dando cuenta mientras la veo.

Antes que nada, es el primer largometraje dirigido por la historiadora, videoartista, curadora y maestra Graciela Taquini, frecuente colaboradora de este sitio. Reconocemos y admiramos sus cortos de videoarte y el lugar que Graciela se ha ganado en la cultura argentina.

Después, es el nuevo opus de Televisión Abierta, productora formada por el tandem Cohn-Duprat y el guionista, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes, Andrés Duprat. Su película inmediatamente anterior, El ciudadano ilustre, tiene sus seguidores y sus otros tantos detractores resultó uno de los tanques del 2016 logrando nominaciones aspirativas al Oscar y a los Goya.

Lo que también resulta interesante del estreno de La obra secreta es que de algún modo se podría ver como un bonus track de El hombre de al lado, tal vez la más lograda de las películas del trío creativo, película que daba a conocer algo no muy conocido por el público: que en la ciudad de La Plata existía una casa planeada por el gran arquitecto suizo Le Corbusier. Allí, la ficción giraba en torno a un conflicto entre vecinos, un refinado diseñador gráfico y un hombre bastante particular. El diálogo con El hombre de al lado se produce través de varias citas autoreferenciales en exceso: la aparición de su protagonista Spregelburd en las pantallas de los televisores, y un afiche de la película colgado en la casa misma. Seguramente no tardarán las curadurías que juntarán ambas películas para su proyección.

La obra secreta está dividida en tres secciones que se alternan a lo largo de sus 66 minutos: el paseo por las calles de La Plata de un Le Corbusier ficcionado, las visitas guiadas que hace un intolerante arquitecto que encarna Daniel Hendler y por último, los sucesivos planos fijos de los distintos rincones de la casa con rigurosa descripción y horario en modo gráfico en la pantalla. Una pedagogía en la que la película insiste porque es su objetivo central: hablar de la famosa casa, única obra de Le Corbusier en Latinoamérica, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 2016.

En La obra secreta la mano de la Taquini-video artista no tarda en aparecer: las imágenes de la recreación del viaje en barco que trae a Le Corbusier a la Argentina en 1929 para dar una serie de conferencias son intervenidas con efectos digitales. Tampoco se demora en surgir la Taquini-historiadora del arte: una voz en over en francés cita rápidamente el texto del que saldrán las citas centrales sobre arquitectura “Precisiones. Respecto a un estado actual de la arquitectura y el urbanismo”.

El fantasma de Le Corbusier recorrerá desde la terminal de La Plata las calles de esa ciudad caracterizada por su trazado diagonal, inciertamente racional, lanzando una idea fundamental: la arquitectura es una actividad mental, pero también es un hecho plástico. La relación entre lo útil y lo bello de las teorías lecorbusianas se refuerza con esa elección estética de los efectos digitales visuales y sonoros, sólo elegidos para estas escenas. También está la historiadora del arte en las clases con diapositivas que dicta el arquitecto guía de la casa Curutchet. Aunque, tal vez, la sección de ficción que protagoniza Hendler sea la menos feliz, básicamente porque lo ve forzado en un papel que no parece irle muy cómodo. Se ve claramente en la escena del diálogo no-diálogo que tiene hacia el final con el personaje de Le Corbusier. Su rayana admiración se convierte allí en intolerancia hacia el propio admirado.

La Casa Curutchet, construida en 1949, fue proyectada por el célebre arquitecto suizo como vivienda para un médico platense y su familia. Ellos nunca vivieron mucho tiempo en el lugar. Y la casa que actualmente es la sede del Colegio de Arquitectos de la Plata ya tiene en el cine argentino su segunda película, y está muy bien.