La noche del lobo

Crítica de Daniel Castelo - Infonews

Con más intenciones que cine y entre escenas de resolución irregular que hubieran sorprendido hace 30 años pero hoy lucen estereotipadas e insustanciales, transcurre La noche del lobo.

Este opus del director Diego Schipani está montado desde la lógica narrativa del sketch, con modos toscos y a través de un tic tac sonoro omnipresente, quizá, esta última, la única idea fuerza que funciona sin grietas en el film.

Nahuel Mutti (¿con look inspirado en Fito Páez?) abre el relato desde una gestualidad limitada e intimando al hombre con el que compartía su cama a que abandonara la casa y no dejara allí un sólo rastro de su persona.

Rechazado y forzado a dejar el techo que lo cobijó el último tiempo es que Ulises (Tom Middleton) se encuentra rápidamente en situación de calle, deambulando en busca de dinero y cocaína fácil por camas y personajes que van de la oscuridad a la monotonía estético-conceptual.

Del otro lado, Pablo (Mutti) busca a Ulises por la Ciudad sin mayor éxito, prometiéndole en repetidos mensajes telefónicos que lo castigará por haberle “cagado la cama” y otros quehaceres que el despechado amante cometió contra el mobilario.

Todo lo que les sucede a los personajes de La noche del lobo transita el drama agónico. El universo de sus torturadas almas es el del destino marcado por la desgracia, un clásico de la ficción que hasta hace unos años se presentaba como “de temática gay”. El film luce, en ese punto, demasiado avejentado en su tono y sus raíces argumentales, pese a que apenas pasaron dos años desde su realización.

Y es que en el medio de ese 2014 y hoy el cine argentino se animó a otras miradas sobre la comunidad gay y, sobre todo, en relación a los márgenes de la vida urbana. Ahí está La noche, la arriesgada y urgente propuesta del actor y director Edgardo Castro, que sorprendió en la reciente edición del Bafici.

Hay búsqueda en el largometraje de Schipani y en ello radica su principal capital. Ahí es donde podría haber ganado efectividad si el impulso por contar hubiera ido de la mano de ideas mejor desarrolladas y más rigurosidad en los diálogos y la dirección de actores.