La noche del demonio

Crítica de Lucas Moreno - Bitácora de Vuelo

MIS PREJUICIOS Y LA DECISIÓN DE JUAN CRUZ

Dos para Qué Pasó Ayer 2.
-Agotadas.
-Juan Cruz, me dice que están agotadas.
-¿Qué otra hay?
-Rápido y Furioso 5.
-No vi la 4.
-Igual se entiende.
-¿Otra?
-La Noche del Demonio.
-¿Qué onda?
-No sé, la dirige James Wan.
-¿Quién es?
-Hizo la primera de SAW, otra de una marioneta que no vi y después una con Kevin Bacon que tenía una persecución muy linda en una cochera.
-¿La Noche del Demonio se llama Insidiuos?
-Sí.
-Tenemos que verla.
-¡Nah! Prefiero jugar con la Wii. ¿Te conté que me compré el Mario Kart?
-No.
-Me vino con un volante inalámbrico.
-Un grosso en la radio dijo que no pensemos en el director, que La Noche del Demonio es diferente.
-Mentira; los directores no cambian, son como las personas.
-Me retrasan la fila… ¿Qué van a ver?

Vamos a ver Insidiuos porque da mucho miedo. Tuve la suerte de respirar los nervios de una sala llena y generalizo la experiencia. Risas tensas, baldes de pochoclos intactos y silencios interrumpido por el comentario de una chica que juraba no poder ver.

Más allá de que sea un gran electrodoméstico del terror, hay algo que me dejó desconcertado: su prolijidad y conformismo. James Wan no se la cree: es una película de terror y respeta los orígenes del terror, esos íconos que modelaron un imaginario: niños, fantasmas, casas, embrujos, demonios y familias que se despedazan por todo lo anterior. Estos íconos, dispuestos y organizados con una buena gramática fílmica, no fallan. James Wan se dijo a sí mismo: “seré un artesano, pero un artesano de los mejores”.

Y con esta mediocridad feliz aparecen los méritos.

La conciencia de una cámara flotante, fantasmagórica, que se desliza continuamente por el espacio y multiplica los fuera de campo. La decisión de James Wan de no hacer cortes para las escenas más tensas y coreografiar planos secuencias, te pone histérico. No acabar con una toma implica no acabar con la amenaza de que en el encuadre se pudra todo.

Un guión cerrado, con vueltas de tuerca puestas en momentos justos, desviando la atención sin insistir con lo mismo. Un poco lo que pasaba con la primer SAW: te mareaba cambiándote la perspectiva y al final todo volvía sobre un elemento que olvidaste.

La seguridad con la que James Wan cambia tiempos narrativos. Hace cortes directos para elipsis de días o meses.

El cuelgue de tomas que te muestran la casa y sus objetos de manera enrarecida y angustiante, sin otra función que el extrañamiento de lo cotidiano. Lo siniestro, como pedía Freud.

Miles de filtros puestos en post-producción, logrando paletas de colores interesantes que dividen la historia según sus giros.

Injertos de humor con nuevos personajes para relajar una tensión que ya está en su pico máximo.
¡¡¡La música atonal!!!

Mostrar poco, apenas. La sugestión como regla básica para que el espectador complete zonas oscuras. Sobre el final, se desconcentra James Wan y hace alarde del maquillaje y los efectos especiales. Hasta musicaliza con melodías descolocadas de acción. Pero bueno, pensemos estas imperfecciones como algo necesario para que la mediocridad sea reluciente y perfecta.

Juan Cruz, cuando James Wan saque otra, te invito.