La noche del demonio

Crítica de Daniel Castelo - ZonaFreak

A James Wan lo conocemos por su máximo hit hasta el momento, Saw, esa gran marca en la que como director solo dio el golpe inicial, para lo que finalmente fue una saga que se agotó con el correr de los años y un malón de secuelas desafortunadas. En este caso, a seis años de aquel film y a tres de otros dos sin demasiadas luces, el realizador malasio vuelve con un opus mayor, un trabajo de terror en sintonía fina con lo mejor del género, a la vez que con esa cualidad ya olvidada: que una película de terror, valga la redundancia, provoque miedo.
Insidious pone el foco en una pareja y sus hijos, quienes se mudan a una casa grande y que pocas horas después de estar allí asisten al llamado de la desgracia. Un ruido en el altillo, una caída, y el mayor de los niños que termina en coma, sin causa aparente y sin diagnóstico preciso. A poco de eso, y con el pequeño de nuevo en su casa, dormido y con la posibilidad de despertar de un momento a otro, una serie de sucesos fantasmagóricos y espeluznantes se dan cita en cadena, aterrorizando a los habitantes del caserón y provocando la menos querida de las hipótesis: el quid de los sucesos paranormales no está en la casa, está en el niño comatoso.
James Wan entrelazó aquí el buen cine de terror clásico, con sus fantasmas, su posesión diabólica, su exorcismo en ciernes, sus imágenes lúgubres, su efectiva explotación de los temores inconscientes. Sin embargo, y pese a ser de la camada de realizadores afines al golpe de efecto estruendoso y shocker, aquí eligió el medio tono, a bordo de un montaje que va de lo nervioso a lo clásico, jugando con luces y sombras siempre bien planteadas y, sobre todo, con la base de un gran guión que hace honor a lo mejor del género y, para más datos y albricias varias, sin apelar al guiño teen.
Además de, sin duda, colocarse con comodidad entre lo mejor que este 2011 habrá dado al cine de terror y suspenso, Insidious es, como si fuera poco, un título que viene a reflotar con hidalguía al subgénero de los cuerpos tomados por presencias maléficas, ese que venia siendo maltratado con insistencia, y que quizá por primera vez en varios lustros, haya encontrado a uno de sus mejores exponentes, con perdón de El Exorcista.