La niña del sur salvaje

Crítica de Fernando López - La Nación

El sur salvaje del título es un lugar al que llaman la Tina, un remoto sector de pantanos de Luisiana prácticamente alejado del resto de la civilización moderna, donde no ha llegado la tecnología, la pobreza es permanente y la educación es la que resulta de la propia experiencia cotidiana y del contacto con la naturaleza que la pequeña comunidad celebra mientras intenta preservar su modo de vida y transmitir sus saberes y sus creencias. Allí se come lo que se consigue: lo que proporcionan los animales domésticos con los que se comparte la precaria vivienda o el producto de la pesca; por otro lado, la creciente es una amenaza constante, lo mismo que la inminente llegada de unas criaturas mitológicas que el calentamiento del planeta liberará de sus cárceles de hielo. En esta suerte de realismo mágico, el retrato social crítico se manifiesta a través de lo documental, sin subrayados ni discursos; la lección panteísta se filtra en las experiencias de la protagonista y el drama más duro se sobrelleva con la fantasía. Especialmente para Hushpuppy, la inocente e imaginativa nena de 6 ó 7 años que es la gran sorpresa de este film ganador de la Cámara de Oro en Cannes y ahora aspirante a cuatro Oscar, incluidos los correspondientes a mejor actriz para la pequeña Quvenzhané Wallis; mejor película y mejor director.

Ella convive menos de lo que querría con su padre, un hombre tosco y de mal carácter que suele maltratarla porque quiere que se haga fuerte y aprenda a sobrellevar los rigores de ese mundo que, sin embargo, es para ella el más lindo. Los hombres y mujeres de la Tina han sido dejados a su suerte. Para chicos como Hushpuppy significa crecer sin controles; para su padre, Wink, significa beber sin medida.

Se quieren, sin embargo, más allá de los reclamos de ella y de las frecuentes ausencias de él. Los habitantes de una zona tan abandonada y tan expuesta a bruscos fenómenos meteorológicos se preparan para lo peor y se aprestan a cambiar sus viviendas por botes. Para padre e hija las cosas son todavía peores: él ha contraído una enfermedad grave. Uno de los grandes aciertos del debutante Behn Zeitlin reside precisamente en haber elegido el punto de vista de la chica para exponer la historia de estos dos personajes y de su mundo, dejando a un lado las convenciones de un relato tradicional y optando por hacer evolucionar la historia como resultado de un mosaico de situaciones diversas de las que surge una rara energía vital y la convicción de que, no importa en qué condiciones, siempre se puede aprovechar la vida.

El componente mágico se suma al clima ominoso de la tormenta que se aproxima y envuelve al pantano en imágenes fantásticas, algunas de elocuente vuelo poético, como las de la fiesta o el funeral. Es cierto que no siempre le inserción de la pequeña historia dentro del abarcador cuadro que apunta a temas más trascendentes en clave de fábula alegórica se logra fluidamente e incluso hay momentos en que suena forzada. Esta voluntad de decirlo todo suele ser pecado de cineastas debutantes. De todas maneras, ni esa acumulación ni alguna esporádica concesión a lo pomposo restan mérito al film, que en cambio desecha el miserabilismo y el discurso. Quvenzhané Wallis es una presencia fundamental. Si a los 8/9 años puede considerársela una actriz, se trata de un prodigio.