La momia

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

¿La muerte es el umbral?

Por regla general la presencia de Tom Cruise en una película gigantesca es sinónimo de un producto digno y bien balanceado, precisamente porque el norteamericano de 54 años es uno de los pocos actores en la actualidad con el poder suficiente intra Hollywood para imponer condiciones y garantizar esas obras homogéneas -y para el gran público- que tanto le gustan. Asimismo, lamentablemente de vez en cuando entrega algún que otro trabajo fallido en la línea de Encuentro Explosivo (Knight and Day, 2010) y Vanilla Sky (2001), ejemplos de un grupo al que hoy debemos sumar La Momia (The Mummy, 2017), un opus en piloto automático que no agrega nada original a una saga que nació allá lejos con la recordada La Momia (The Mummy, 1932), de la mano de Boris Karloff, y se extendió hasta la trilogía de la década pasada protagonizada por el siempre efervescente Brendan Fraser.

Aquí el problema no es la premisa centrada en una pandilla de ladrones/ aventureros/ antihéroes que despiertan una maldición ancestral, esa que ya vimos cientos de veces, sino la falta de una mínima chispa que le otorgue nuevo brío a escenas que se ven venir kilómetros a la distancia y que derivan en una prolijidad sin alma ni entusiasmo ni algún rasgo redentor. De hecho, cada acción de los personajes y cada remate cómico son tan pero tan de manual que no se puede creer que el guión esté firmado por luminarias del rubro como David Koepp y Christopher McQuarrie: basta recordar que el primero supo trabajar con Brian De Palma, Steven Spielberg y David Fincher, y el segundo fue responsable de realizaciones como Los Sospechosos de Siempre (The Usual Suspects, 1995), Al Calor de las Armas (The Way of the Gun, 2000) y Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014).

La trama gira alrededor de la Princesa Ahmanet (Sofia Boutella), una señorita del Antiguo Egipto que en su afán de hacerse con el poder pacta con Seth, el Dios de la Maldad según la particular lectura del film acerca de la mitología egipcia, y asesina sin miramientos a casi todos los miembros de la familia real, lo que desencadena que sea momificada viva como castigo. La contraparte estadounidense contemporánea es Nick Morton (Tom Cruise), un militar que junto a su compinche Chris Vail (Jake Johnson) se dedica a saquear tumbas, monumentos y objetos arqueológicos en general. Desde ya que Morton, también a la par del interés romántico de turno, la egiptóloga Jenny Halsey (Annabelle Wallis), termina descubriendo la sepultura de Ahmanet y “maldecido” gracias a la obsesión de la resucitada con sacrificarlo -vía una daga ceremonial- para que Seth pueda reencarnar en su cuerpo.

A mitad de camino entre aquellas pulp magazines de las primeras décadas del siglo XX (cuya reinterpretación posmoderna más conocida es Indiana Jones), los monstruos de la Universal de los 30 y la fastuosidad anodina de nuestros días, la propuesta se centra más en las secuencias de acción, los CGI y la velocidad de los movimientos de los zombies amigos de Ahmanet que en el desarrollo de personajes o en correrse aunque sea un milímetro del ABC de las aventuras cinematográficas más clásicas… y lo que es peor, cuando intenta apuntalar a los protagonistas lo hace a través de diálogos redundantes y muy flojos basados en la “no química” entre un Cruise desinspirado -o mejor dicho, más interesado en los stunts físicos- y una Wallis de madera terciada que no aporta nada a una obra que cae unos cuantos escalones por debajo de la mucho más impetuosa La Momia (The Mummy, 1999).

Por supuesto que tampoco ayuda demasiado que el relato de base incluya una “sustracción de energía vital” por parte de Ahmanet para con cualquier pobre diablo que se cruce en su camino símil Hellraiser (1987), una serie de intercambios seudo graciosos entre Morton y un Vail difunto y transformado en fantasma a la Un Hombre Lobo Americano en Londres (An American Werewolf in London, 1981), y hasta la presencia de Russell Crowe como el Doctor Henry Jekyll, el célebre personaje de Robert Louis Stevenson, que aquí se inserta en la historia a puro delirio (no delirio del bueno, el que exacerba el sustrato creativo del film, sino del que apuesta a seguro y para colmo no nos conduce a resultados positivos). Ahora bien, sorprende el desempeño de Boutella, una actriz argelina que consigue destacarse, debajo de las vendas y el maquillaje, al punto de imponerse como el corazón del opus y su único pivote real. En otra de esas paradojas del Hollywood actual, tanto subrayar en el guión que la muerte es el umbral de una nueva vida deriva en un producto marchito que de por sí no logra rejuvenecer -o replantear- una saga que necesitaba de un verdadero espíritu aventurero old school y no de alguien como Alex Kurtzman, un productor reconvertido en director a quien no se le cae ni una idea potable a nivel visual. El cineasta abusa de los comodines digitales y definitivamente no sabe cómo aprovechar a un Cruise que -como un nene rico en su propia juguetería- nos martilla con una infinidad de piruetas y acrobacias…