La mirada del hijo

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

Cualquier película rumana garantiza un cine para adultos, y en nuestra cartelera eternamente adolescente no es un mérito menor. El pesimismo metafísico de los Cárpatos y una escuela cinematográfica sólida constituyen las bases para un cine caracterizado por una densidad dramática exenta de galimatías y obviedades, interpretaciones sólidas, una puesta en escena rigurosa y un apropiado sentido sociológico sobre el lugar de los personajes en una sociedad específica.

La mirada del hijo arranca con el discurso de la madre. La extraordinaria actriz rumana Luminita Gheorghiu interpreta a Cornelia, una mujer de clase media alta. La conversación con un familiar cercano da cuenta que Barbu, su único hijo, la evita sistemáticamente, ni siquiera lee los libros que le ha regalado. Aparentemente, la culpable es Carmen, su nuera, que no está dispuesta a convertirla en abuela. En menos de cinco minutos se configuran las coordenadas simbólicas de una situación familiar. Pero La mirada del hijo es un poco más que un drama familiar y edípico tardío.

En el medio de una función teatral, Cornelia recibirá un llamado telefónico. Se le informará que Barbu tuvo un accidente automovilístico. Su hijo está sano y a salvo, pero mató a un chico de 14 años que cruzaba la ruta. De aquí en adelante, La mirada del hijo se centrará en cómo Cornelia hará lo imposible para evitar que su hijo vaya preso, aunque eso signifique traspasar los límites de la ley. Se dirá que el espíritu materno está por encima de la ley. La pertenencia de clase también.

Hay un pasaje estremecedor que cifra el universo cultural de la película. Cornelia tiene una cita con el único testigo directo del accidente. La racionalidad instrumental del diálogo es una pieza discursiva de terror y un striptease de la subjetividad capitalista. Visible y táctil, el Euro es aquí el único dios.

La resolución (abierta) de este drama no sólo familiar, sino también jurídico y sociológico, tiene lugar cuando Cornelia, Carmen y Barbú visitan a los padres de la víctima en un pueblo. El contraste material es apabullante, y el sufrimiento de los familiares del chico muerto, inconmensurable. Es un epílogo poderoso, emocionalmente circunspecto y preciso sobre cómo abordar cinematográficamente el dolor. Un buen ejemplo es la distancia elegida para filmar el encuentro entre el padre del chico y Barbu. El desamparo impone una poética, y Calin Peter Netzer, en su tercera película, demuestra estar a la altura de las circunstancias. Notable.