La mirada del hijo

Crítica de Fernando López - La Nación

Relaciones humanas, cuestión de poder

Ya se sabe de la austeridad, el rigor y la severidad con que el joven cine rumano viene examinando la realidad de su país. Esta vez, la mirada se dirige a esa nueva elite que ha venido a ocupar el lugar de privilegio del que en otros tiempos disfrutaba la nomenclatura. Cornelia, la protagonista de este áspero drama, pertenece a ella. Arquitecta y escenógrafa, casada con un médico y estrechamente vinculada con todos los personajes que importan en la política, los negocios, el arte y la cultura de su ciudad, está lejos de vivir en plenitud los beneficios que le ha concedido la vida. Se entenderá por qué apenas se la escuche en la escena inicial, cuando en charla con una amiga sólo exponga los constantes reclamos que le genera la conducta de su hijo, único y cuarentón. Mujer de fuerte personalidad, autoritaria y manipuladora, ejerce sobre su entorno y sobre sí misma un control sin desmayos. Si con el tiempo parece haber engendrado cierta resignación en su marido, encuentra en cambio hostilidad y creciente rechazo en su hijo, la única persona que -según declara- le interesa en el mundo. Seguramente también quien más ha sufrido la asfixia que produce ese mal llamado amor maternal. La relación entre los dos es, como mínimo, conflictiva, y mucho más desde que Barbu se ha unido a una mujer que, por supuesto, a ella le resulta intolerable. Para Cornelia (Luminita Gheorghiu, formidable), no parece existir otra forma de relación humana que la que supone un combate por el poder.

Y esa naturaleza -quizá réplica metafórica del estado que los rumanos padecieron en carne propia durante la larga noche de Ceaucescu- se manifestará a pleno cuando sobreviene un drama inesperado: Barbu acaba de tener un accidente en la carretera; él ha salido ileso, pero el atropello le ha costado la vida a un chico humilde de 14 años que la cruzaba y no quedan demasiadas dudas de que fue la imprudencia del joven conductor la responsable de esa muerte. La frágil resistencia del hijo, que por comodidad, inmadurez y falta de carácter suele subordinarse, como todos, a los abusos maternos, poco hace por impedir que sea ella, tan acostumbrada a valerse de sus influencias, tan carente de escrúpulos cuando se trata de ejercer el poder y tan acorde con la corrupción ambiente que la habilita para acomodar la ley a su voluntad, quien se haga cargo de evitar que corra el riesgo de ser declarado culpable, aunque lo sea. Cornelia no tiene límites: hará todo lo imposible, legal o no, para liberar del compromiso a un hijo que cuanto más atosigado se siente por ella más la rechaza.

En apariencia (y aun desde el punto de vista de sus autores, el propio realizador y el admirable guionista de La noche del señor Lazarescu, Aquel martes después de Navidad y 4 meses, 3 semanas y 2 días), el asunto central del film es la enfermiza relación madre-hijo, en tanto el subrayado contraste entre esa clase empobrecida y la soberbia, inescrupulosa y corrupta familia de los protagonistas, sólo un apunte circunstancial y secundario, está claro que el film apunta siempre a una misma cuestión: la del poder y su decisivo papel en las relaciones interpersonales.

La nerviosa cámara de Andrei Butica y el guión colmado de apuntes incisivos y diálogos filosos no lo pierden nunca de vista, incluso en ese final catártico e intensamente dramático (el encuentro necesario sólo se ve de lejos y a través de una ventanilla del auto). Es en ese sentido que el film de Netzer, aun sin llegar a la intensidad de Lazarescu o de 4 días, por ejemplo, se muestra a la altura de las obras admirables a que el cine rumano nos ha acostumbrado en la última década. Como en todos ellos, las interpretaciones rayan a gran altura.