La mirada del hijo

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

La película del desasosiego. En el comienzo hay una escena festiva: la gente baila y bebe para celebrar los sesenta años de Cornelia, una mujer de clase media alta perteneciente a un microcosmos que está convencido de que todo puede ser comprado. Todo, menos el amor del hijo. En la siguiente escena nos enteramos que Barbu, el joven en cuestión, está involucrado en un accidente de tránsito que se cobró la vida de un niño. Cornelia debe lidiar con un conflicto moral agudo. Barbu aparece claramente comprometido en la investigación y sólo los contactos de la familia pueden salvarlo. La mirada del hijo es un thriller judicial, un retrato mordaz de la decadencia de las élites nacionales, una película atemporal sobre el amor filial, el poder y la autoridad.

Cornelia irrumpe en la estación de policía, se dirige primero a los agentes y luego hacia Barbu para que cambie su declaración, tejiendo los hilos para un posible arreglo. El director pone a la madre en el centro de todas las escenas eludiendo los previsibles choques con su hijo. Una madre rígida, manipuladora, celosa y entrometida, encarnada por la extraordinaria actriz Luminita Gheorghiu que logra transmitir una forma de sufrimiento bajo su caparazón. La película transcurre en interiores iluminados con luz artificial, entre murmullos y diálogos intensos. Una sucesión de palabras extrañamente cautivantes conforman el retrato de un ser que concibe las relaciones humanas como una permanente lucha de poder.

La película está filmada en largos planos secuencia que abusan por momentos del malestar que provoca la cámara inestable. El guión recuerda en más de un punto a La mujer sin cabeza, aunque aquí los métodos para el ocultamiento son explícitos y llegan a una cumbre de cinismo en la inquietante escena de negociación entre la protagonista y el único testigo del accidente. En un notable giro final, Cornelia se reúne con los padres de la víctima para intentar que levanten la demanda pero la angustia rompe su frialdad y revela que ella también está de luto por la desaparición de ese hijo generoso, tierno y agradable que tanto amaba. En la última secuencia el director suspende la narración y amplía los sentidos de un modo sorprendente. La distancia poética en el encuentro entre Barbu y el padre del niño demuestra que se puede filmar el dolor, la inquietud y el desamparo con emoción, pudor y sutileza.