La mirada del amor

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Inquietante drama de una mujer en pleno duelo amoroso.

Levemente perturbadora, capaz de remover sentimientos, esta obra conduce a una mujer por la cuerda floja del duelo amoroso. Ella quedó viuda hace ya cinco años. Con el tiempo alejó de la vista todo lo que pudiera despertar recuerdos, pero igual los cultiva. Un día descubre a un hombre muy parecido a su esposo. Se impresiona. Huye. Pero vuelve. Ahora se acerca. Lo sigue. Casi tiene un accidente tratando de seguirlo. De hecho, lo que le ocurre en esa circunstancia pareciera un anticipo de accidentes mayores. Por ejemplo, volver a enamorarse.

¿Pero está enamorada de ese nuevo hombre, o de los recuerdos del primero, que el otro le despierta sin saberlo? Ya algunas historias han contado la angustia de un hombre tratando de recuperar a la mujer perdida a través de otra inquietantemente similar. "Brujas, la muerta", de Rodenbach, "Más allá del olvido", de Hugo del Carril, "Vértigo", de Hitchcock, "Fantasma de amor", de Mino Milani, llevada al cine por Dino Risi, son muy atractivas y tienen un morbo especial, elegantemente tendido para la perplejidad de quien se acerque a ellas. Pero acá hay algo distinto: es una mujer, frágil, la que trata de revivir algo a través de un hombre, y lo hace escondiendo certezas a los ojos de él y de otras personas, lo que provoca una dolorosa serie de ocultamientos, aflicciones y confesiones tardías. Fuerte, la escena en que la hija descubre la existencia de ese hombre igual a su padre. Pero ese hombre también oculta algo. No es algo cercano a la locura, sino, sencillamente, algo inevitable.

No corresponde contar más. Annette Bening y Ed Harris bordan composiciones preciosas, de sensibilidad a flor de piel. Muy creíble, cada gesto de ella ante la proximidad de un primer beso después de tantos años. Arie Posin, el autor, desarrolla la trama sin mayores reproches, con buen manejo de silencios y de fondos musicales (el brasileño Marcelo Zarvos se ocupa de eso). Acompañan, Robin Williams, en un papel de relativa exigencia, y la rubia Jess Weixler. Apoyo clave, unas pinturas de Tracey Sylvester Harris, ya que se supone que el personaje de Ed Harris es pintor (mismo apellido pero ningún parentesco, cabe aclarar). Película curiosa, incluso arriesgada, que deja un particular consuelo en su última escena.