La mirada del amor

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El amor después del amor

“La mirada del amor” es un film que remite a algunos tópicos clásicos, ciertos matices bergmanianos y a las películas de una etapa de Woody Allen. Presenta un relato intimista. Se trata de una historia de amor entre dos personas mayores, cultas, de buen pasar económico y sin otra preocupación en la vida que su propio bienestar.

Sin conflictos económicos ni dramas existenciales, el único problema al que se enfrenta Nikki, una mujer cincuentona, es la muerte de su marido, ocurrida cinco años atrás. Nikki y Garrett habían convivido felizmente durante treinta años, y en un viaje de placer, en una playa de México, el hombre muere repentinamente en un confuso accidente.

A partir de entonces, su esposa cae en una profunda melancolía que le impide seguir con sus actividades habituales, y se refugia en otras tareas, aceptando de vez en cuando la compañía de su joven hija y las rituales visitas de un vecino, también viudo, con quien comparte recuerdos, consolándose mutuamente de sus respectivas pérdidas.

Pero un día, sorpresivamente, Nikki descubre a un hombre extraordinariamente parecido a su marido, lo que le produce una conmoción, más si se tiene en cuenta que lo ve en ocasión de visitar un museo de arte, al que frecuentaba con Garrett y al que no había querido regresar desde su muerte.

Impresionada por el parecido y sumergida aún en un duelo sin resolverse, la mujer se deja llevar por el impulso irresistible de averiguar quién es ese hombre y así descubre que ese extraño de nombre Tom es profesor de arte en una universidad. Después, ella da un paso más y mostrándose interesada en tomar clases de pintura, lo convence para que sea su maestro particular.

El afecto y la atracción surge de inmediato entre ellos, y Nikki se entrega a la experiencia pero no es totalmente honesta con el hombre. Él, por su parte, viene de un fracaso amoroso que lo ha marcado mucho y también oculta algunas otras cosas.

La relación marcha bien en la intimidad, pero los roces y conflictos aparecen cuando se cruzan con personas conocidas de ella, quien prefiere mantener la relación oculta para que nadie advierta su secreto: que en realidad lo que ella busca en Tom es una continuación de su relación con Garrett y así evitar tener que aceptar su muerte y su propia soledad. Obviamente, se trata de una fantasía extravagante y emocionalmente riesgosa, y como es de suponer, en algún momento, Tom habría de descubrir la verdad.

El clima entre ellos se va enrareciendo cada vez más, hasta que se enfrentan al problema y de repente, las cosas se aclaran y el conflicto se resuelve amablemente, como corresponde entre gente madura, educada, culta y formal.

Si bien la trama es bastante simple, la complejidad aparece en los climas, la atmósfera que crea Nikki a su alrededor en sus intentos permanentes por forzar las cosas de modo que todos se acomoden a sus deseos, intentando que nadie destruya la fantasía con la que pretende evadir el duelo.

En esa atmósfera, aparecen algunos elementos simbólicos que aluden al inconsciente, especialmente el agua. Por un lado, está el mar, peligroso, indómito, misterioso, que se robó la vida de Garrett, y por otro lado, la piscina en la casa de Nikki, que representaría la calma, la seguridad y el control.

Lo más interesante de la película es el trabajo actoral de los protagonistas, Annette Bening y Ed Harris, quienes transmiten mucha química entre ellos, en una relación en la que los pequeños detalles y los más leves matices son muy significativos. Y también se destaca la participación de Robin Williams, en uno de sus últimos trabajos, interpretando al vecino y buen amigo que aparece justo cuando hace falta.