La mirada del amor

Crítica de Fernando López - La Nación

Han pasado cinco años desde la muerte accidental de Garrett en una playa mexicana, pero Nikki no ha logrado acostumbrarse a la ausencia de su marido, y se comprende si se considera que juntos vivieron treinta años de idílica vida en común. Tan atractiva y seductora como puede serlo Annette Bening en el esplendor de la madurez, la mujer ha dado no obstante por concluida su vida amorosa. Tiene la periódica compañía de su hija, el buen pasar que le da su condición de decoradora de interiores y la comodidad de su elegante residencia californiana. Ni siquiera ha prestado atención a los tímidos galanteos del vecino, también viudo y desconsolado, que la sigue visitando con frecuencia para usar su espléndida piscina como en la época en que las dos parejas forjaron su amistad. Ha alcanzado cierta paz, pero el recuerdo es constante. Hasta que se cruza en su camino una suerte de sosias del hombre al que sigue amando. La tentación es grande: el azar parece darle la chance de volver a vivir el antiguo romance, al lado de un hombre que es como la reencarnación de su marido (y lo es completamente, ya que Ed Harris personifica a los dos sin establecer diferencia alguna entre uno y otro). Probablemente un defecto del guión que, si aborda el tema del doble, lo hace desde el punto de vista más superficial, muy lejos de los clásicos ejemplos de otros dramas que mezclan dobles, muerte y obsesión, como Laura, los films de David Lynch o Vértigo, por más que el director Posin haya querido incluir en su película un afiche de esa obra maestra de Hitchcock.

Tom, el doble de este caso, ignora que lo es, lo que incorpora algo de suspenso al melodrama psicológico y romántico, puesto que Nikki ha modificado su historia: no se presentó como viuda sino como abandonada, de modo que debe evitar que Tom sea visto por cualquiera que haya conocido al marido muerto.

En realidad, hay unas cuantas flaquezas e incoherencias y alguna solución más bien forzada, sobre todo en la parte final, pero gracias al compromiso y el carisma de los dos principales actores -en especial la exquisita Annette Bening- este relato sentimental podrá interesar y quizás hasta emocionar al público femenino maduro al que parece estar destinado. Robin Williams hace un puñado de breves intervenciones como el otro entristecido viudo que quizás aligera su melancolía refrescándose en la piscina de su encantadora vecina.