La llegada

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

CINE CON MANUAL DE INSTRUCCIONES

El cine de Christopher Nolan empezó a tener descendencia en su peor vertiente y ahí tenemos el consenso que consiguió obtener Denis Villenueve, no sólo a partir del suceso de Incendies, sino principalmente con los éxitos de El hombre duplicado, La sospecha y Sicario. En todos los casos, estamos hablando de films con trabajos formales muy detallados y distintivos, que los dotan de pátinas de prestigio que ocultan sus notables carencias narrativas. Son películas supuestamente complejas, “importantes”, pero que en verdad se la pasan explicándose a sí mismas -no sea cosa de confiar en el espectador- y están revestidas de mantos ideológicos entre facilistas y conservadores. La llegada significa su abordaje de la ciencia ficción, en una operación de burocratización genérica.

Es que en verdad, La llegada se va delineando como una especie de thriller diplomático, aunque convengamos que con escasas dosis de suspenso. Todo inicia con el arribo de una docena de naves alienígenas a distintos puntos de la Tierra. A la lingüista Louise Banks (Amy Adams) la llevan para entablar contacto con los extraterrestres que llegaron a territorio estadounidense, en una labor conjunta con un físico (Jeremy Renner) y un general del Ejército (Forest Whitaker). El problema es que hay otros once países realizando sus propios contactos y negociaciones, con lo que hay una docena de agendas diferentes. Todo gira alrededor del lenguaje, de las posibles interpretaciones para cada gesto, símbolo o palabra, con lo que cada paso puede ser decisivo e incluso el último, ya que todos los involucrados (incluidos los visitantes del espacio exterior) son principiantes en el asunto, mientras el planeta está al borde del caos absoluto.

Si dejáramos de lado ciertas inverosimilitudes -¿por qué dentro del equipo de expertos no hay nadie con experiencia en diplomacia?-, La llegada podría haber sido un film realmente atractivo en su foco sobre el choque entre culturas totalmente distintas, con todas las implicancias políticas que podría tener. Pero para que la metáfora política y los dilemas éticos y morales adquieran relevancia, se necesita una dosis de incertidumbre que vaya más allá del enigma central -cuáles son las verdaderas intenciones de los alienígenas- y eso nunca termina de surgir, básicamente porque el film no deja nada sin explicar. En esto, el personaje de Whitaker es ejemplar: está supuestamente como representante y enlace con las autoridades políticas, con lo que siempre está exigiéndole a Banks que explique todas sus acciones, pero pronto queda claro que su deber enunciativo es simplificar todo para el espectador. Cuando pasa algo que puede ser difícil de entender, ahí aparece el personaje de Whitaker para demandar una explicación, que será brindada muy didácticamente por Banks. Detrás de todas sus idas y vueltas temporales, de sus jueguitos con el montaje y el despliegue de teorías científicas un poquito alejadas del conocimiento general, el film de Villeneuve se revela como temeroso de ser realmente complejo, de proponerle al espectador una verdadera aventura marcada por el descubrimiento y la maravilla.

A pesar de que lo insinúa desde el primer minuto, la pretenciosidad con que transita su trama le impide a Villeneuve hacerse cargo de lo que realmente quiere contar en La llegada, que es un drama materno-filial atravesado por las nociones de la pérdida y la consciencia del paso del tiempo. Todo eso queda sobrepasado y hundido por las conversaciones lingüísticas y una permanente explicitación de cada una de las acciones y los sentimientos que surcan a la protagonista y quienes la rodean. Algo similar a lo sucedido en El origen, donde el drama romántico quedaba relegado por las teorizaciones sobre los sueños. La pasión queda anulada por la disquisición, de la mano de una puesta en escena que sólo cuenta con la belleza visual y sonora -otra vez la banda sonora de Jóhann Jóhannsson, aunque esta vez demasiado explícita- para disfrazar su alarmante estatismo: La llegada es una película casi sin movimiento -materialidad esencial en el cine- y que tiene a la palabra como única herramienta más allá de su obvio esteticismo.

Lo peor de La llegada sin embargo está en sus minutos finales, donde se produce “la gran revelación” que se viene aguardando desde el principio: si ya las explicaciones eran sobreabundantes, para arribar a un cierre el film va esclareciendo cada uno de sus pasos, explicitando todo mediante diálogos de una obviedad apabullante y que encima atentan contra su propia verosimilitud. Todo lo que sucede, todo lo que se siente, está clarificado y enunciado a través de la palabra. La llegada no sólo nos dice qué pasa, sino también cómo nos debemos sentir frente a eso que pasa. Como un manual de instrucciones cinematográfico, pero eso sí, súper trascendente.