La invención de la carne

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Potente el título de esta nueva película de Santiago Loza (Extraño, Cuatro mujeres descalzas, Artico).

La invención de la carne en principio es un imposible. La carne no es materia de invención, se da en el curso de lo natural, es lo crudo de Levis Strauss, (quizás esta nota dialogue con dos notas de este sitio: el homenaje a Levis Strauss que hizo Diego Díaz y la de Florencia González en torno a cuestiones de Naturaleza y cultura a propósito de dos películas que se acaban de exhibir en Mar del Plata).

Inventar es un proceso de la imaginación, en ocasiones supone una técnica, o proceso de creación de algo nuevo.

La carne no se inventa, es algo crudamente concreto. Y en todo caso, si llegara a inventarse no es algo que le pertenezca a los hombres, sino a los dioses.

En la película de Loza este personaje tan frágil que es Mateo va inventando un deseo, como una especie de dios postmoderno que hace salir de las aguas su propia prole. Las secuencias de la pileta son de una belleza abrumadora: hay otro mundo ahí abajo, el de la matriz creadora y el agua es fundamental en esta película de símbolos. La madre-sustituta de Mateo se desmaya en la cocina y el agua que chorrea de la canilla abierta, la despierta. El agua del estero parece el detergente de la cocina: montaje asociativo que usa Loza y que potencia el trabajo de Lorena Moriconi, impecable.

En el transcurso, el encuadre elige el fragmento: brazos, piernas, torsos, ángulos de habitaciones, desde los planos iniciales, fuertes y contundentes: en el principio es la carne, después será la invención.

Mateo no está enamorado de María, y no porque sea gay (la escena con su amante varón ocasional es de las mejores del universo de películas gay argentinas) Mateo necesita de esta María que en los planos iniciales, abre las piernas en una fría clase de anatomía. María no puede tener hijos, y no se nos explica demasiado por qué. Tal vez no sea por infertilidad sino por su condición de marginal, mujer libre. Pero este dios no necesita de María para procrear, la necesita para otra cosa, como si fuera su madre ausente, le pedirá a ella que lo acompañe a ese viaje y ella, sin querer lo asistirá amorosamente a uno de sus ataques de llanto nocturnos.

Esta no es una película de ser padre o ser madre, es una película sobre tener hijos. Y eso es lo que esta carne inventa, de modo simbólico, primordialmente iniciático, categoricamente universal. Ahi es donde Loza acierta, cuando ajusta el modo con el contenido.

Como en Extraño o en Artico, Loza vuelve a apelar a la ausencia de diálogo, y a un cine que no tiene anclaje en la realidad.

La ley impuesta le quita provocación hacia el final porque el orden sí o sí debe reestablecerse. Sin embargo, quizás, forme parte otra vez de la fragilidad de Mateo, tan trágico y abismal.