La intimidad

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Hay un ciclo de la vida que esta ópera prima documental alcanza a captar muy bien. Podría llamarse tranquilamente La casa, como aquella película de Fontán con la que comparte montajista (Mario Bochicchio), cosa que se nota en el tempo contemplativo de algunos planos fijos, incluso en ese fluir de la vida a la muerte a la vida, que se percibe a través de la presencia inicial de la abuela, el trabajo de desmontaje de la casa y el baile de la niñita del final. El director, Andrés Perugini, fue diseñador de sonido de dos de las peliculas que forman la Trilogía del Lago Helado de Gustavo Fontan: Lluvias y El estanque.

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Sin embargo el nombre La intimidad le da un sentido más abierto, librado a la interpretación y menos relacionado con la literalidad.

Es que cuando Irene, abuela del realizador, muere, su casa, su ropa, sus cosas, sus muebles, su ropa son ordenados, clasificados, enviados, regalados, donados, trasladados. El barullo familiar de ese momento ocupa el centro de la película. A esa zona se ingresa a través de un rezo, modo de exorcisar la muerte, algo común en una familia conservadora de Germania, en plena provincia de Buenos Aires. Es la intimidad de Irene a la que asomamos en los primeros minutos, a sus historias familiares, sus anécdotas de campo, a ese plano hermoso donde toma mate en silencia. Esos momentos hacen un corte a negro y allí las mujeres de la familia comienzan la tarea de levantar la casa para después venderla

Ese momento que no es otra cosa que un momento familiar, transcurre de allí en más con una cámara que observa los movimientos, atiende a las decisiones, y husmea en los rincones, las humedades, los huecos, las flores o los gatos.

Después, como siempre, el ciclo de la vida vuelve a empezar.

Se estrena el 19 de abril en el Gaumont.