La hora de la siesta

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Sugerente film sobre la adolescencia

La directora debutante Sofía Mora consigue un relato intrigante con una bella fotografía en blanco y negro

Toda la trama de este film transcurre en un día, más precisamente durante una tarde tan fuera del tiempo y del espacio para sus protagonistas, tan extraordinaria por su imposibilidad de repetición que el film cobra un aire de fantasía macabra digna de un relato de terror. Todo comienza con la muerte del padre de Checa y su hermano menor, "Flaco", una tragedia que no se explica ni se muestra, lo mismo que la ausencia de la madre, encerrada en una habitación con el cuerpo mientras su casa se llena de familiares que comen sandwichitos y pellizcan mejillas. Intentando esquivar la invasión de los dolientes, la mirada y la pregunta de los otros a la que sólo responden con un movimiento de hombros, marca registrada del adolescente taciturno, los chicos salen a la calle. Allí, con pocas palabras, Checa manda y comanda el recorrido del paseo sin rumbo.
Cerrar los ojos

Con una edición que estructura el relato en pequeños episodios divididos por segundos de pantalla negra -casi como si una escena y la otra estuvieran separadas por el lento parpadeo entre la vigilia y el sueño-, los chicos pasean por una plaza y una iglesia casi desierta en donde sostienen un diálogo aparentemente intrascendente pero gracias al que la directora Sofía Mora logra contar algo más sobre sus personajes. Allí están entonces la inocencia extraña de él y la sensualidad incipiente de ella, una tirana obsesionada con la capacidad de "los yanquis". Interpretada con notable naturalidad por la joven Belén Poviña, Checa parece convocar a quienes la rodean. Si recuerda a Genaro, un compañero de clases algo trastornado, su casa semiabandonada se le cruzará en el camino y él se materializará allí como si se tratara de un espectro de los confusos tiempos por venir, del final definitivo de la niñez y el comienzo de una adultez asfixiante. Como la de la madre de ella encerrada con el cadáver o como la de Genaro, luchando sin aliento por respirar.

Más allá de cierta morosidad en su desarrollo, algunos diálogos fuera de tono y la despareja actuación de Elías Maidanik (El Flaco), La hora de la siesta consigue transmitir con mínimos elementos un estado de ánimo y el reverso de un momento de la vida tan angustiante y confuso como la adolescencia.