La gran fiesta de Coco

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

Humor francés que no logra su cometido

Una comedia sobre la obsesión de un padre

Inmigrante que arrancó de la nada, Coco, a los 40 años, se ha convertido en un exitoso empresario gracias al descubrimiento de un agua con gas que desarrolló con ingenio e inteligencia. Felizmente casado y padre de Samuel, su hijo casi adolescente, este descendiente de judíos e hiperactivo hombre de negocios deberá enfrentar uno de sus más felices momentos cuando se acerca el día en que Samuel será bautizado de acuerdo con los ritos de su religión. Alocadamente, y ante la sorpresa de su mujer, invita a la fiesta a todos sus parientes, empleados y vecinos.

Cuando le diagnostican una enfermedad cardíaca, Coco trata de apresurar la celebración. Obsesionado con la preparación de la fiesta, entra en una suerte de locura y no se percata de qué forma está afectando a los que lo rodean y de cuánta desunión comienza a producir en su familia su obsesión por el Bar-Mitzvá de su hijo.

La trama, convertida en una disparatada comedia, tentó sin duda a Gad Elmaleh, considerado uno de los cómicos más populares de Francia, quien no sólo se conformó con ser su protagonista, sino que se reservó el papel de director del film y elaboró un guión que nunca escapa a las más absurdas situaciones.

El principal responsable de la producción, rodeado por un elenco que se puso a disposición de esta anécdota sin ninguna clase de concesiones, y en el que aparece en un breve personaje la conocida figura de Gérard Depardieu, intentó relatar un entramado familiar visto desde la óptica de la caricatura más absurda, pero su propósito no fue totalmente logrado, ya que las repeticiones y un perpetuo nerviosismo hacen que no logre su principal propósito, es decir, el divertimento, algo que sólo se logra, a veces y con mucho esfuerzo, merced al enconado esfuerzo de Gad Elmaleh, acostumbrado a hacer reír con las más elementales ideas del típico vodevil francés.