La extorsión

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Los baches morales en pleno vuelo

A sabiendas de que el thriller es uno de los formatos más baratos, más rápidos de filmar y más proclives al reciclaje de premisas muy antiguas que suelen dejar contento al público menos exigente o más adepto a homologar a la cultura y el arte con una hamburguesa de McDonald’s o una botella de Coca Cola o cualquier cosa intercambiable del capitalismo chatarra, el mainstream cultural planetario del streaming y la exhibición tradicional -ambos gremios resultan indistintos hoy en día en términos formales- desde hace ya una década no para de refritar las mismas cuatro o cinco películas y los mismos cuatro o cinco directores con vistas a generar odiseas cada día más “globalizadas”, léase anodinas, asépticas, chatas, previsibles, prolijas y vacuas o desabridas si las comparamos con la riqueza del arte masivo del pasado. Como otras realizaciones mediocres recientes de supuesto linaje argentino, en sintonía con Misántropo (To Catch a Killer, 2023), de Damián Szifron, y Argentina, 1985 (2022), de Santiago Mitre, La Extorsión (2023) es un producto impersonal cortado con la tijera más burda y tontuela, por supuesto la hollywoodense, que coquetea con el suspenso, el espionaje y ese sustrato testimonial sin mayores convicciones ideológicas o siquiera discursivas que el entretenimiento conservador y para colmo demasiado defectuoso, no de artesano polirubro de antaño que ponía cariño y experiencia en todas sus obras sino de estos profesionales gélidos del Siglo XXI que parecen sacados de un equipo de marketing de las mismas productoras, en este caso el director Martino Zaidelis y el guionista Emanuel Diez.

En una relación contradictoria para con estos autómatas sin alma del nuevo milenio, gente que funciona como el prólogo a una eventual inteligencia artificial que en el futuro próximo se encargará de la realización cinematográfica y televisiva para completar la senda de la banalidad insignificante o inofensiva, casi siempre delante de pantalla encontramos a alguna figura convocante símil estrella popular de los 60, 70 y 80 que maquilla/ esconde/ disimula las reincidencias narrativas o el dejo ya gastado de las fórmulas retóricas de turno, en este caso Guillermo Francella, representante histórico de la comedia argentina que de un tiempo a esta parte suele aceptar trabajos de corte dramático en los que se luce como pocos, pensemos por ejemplo en Animal (2018), de Armando Bo, Los que Aman Odian (2017), de Alejandro Maci, El Clan (2015), de Pablo Trapero, y El Secreto de sus Ojos (2009), del aquí productor ejecutivo Juan José Campanella. Francella compone a Alejandro Petrossián, un piloto veterano de Aerolíneas Sudeste que es chantajeado para que lleve unas valijas con dólares desde Ezeiza, Buenos Aires, a Barajas, Madrid, por un jefazo de los servicios de inteligencia de Argentina con muchos secuaces en el aeropuerto, Saavedra (Pablo Rago), sujeto misterioso que descubrió que Petrossián se está quedando sordo del oído derecho y lo ocultó en los certificados médicos con la ayuda de su amante, precisamente una doctora, situación que prefiere que no llegue a conocimiento público porque lo despedirían de la empresa y lo abandonaría su pareja oficial, la azafata Carolina Guerrero (Andrea Frigerio).

Durante la primera parte del metraje la película entusiasma porque parece ser una cruza de retrato burgués hitchcockiano y juego de manipulación en línea con la Trilogía del Engaño de David Mamet, aquella de Casa de Juegos (House of Games, 1987), Las Cosas Cambian (Things Change, 1988) y Homicidio (Homicide, 1991), sin embargo todo se va al demonio a medida que nos estancamos en el melodrama, los estereotipos mal administrados y una politiquería implícita antiestatal que disipa la tensión minimalista del personaje acorralado y asemeja a la propuesta a cualquier thriller estadounidense del montón de los 90, esos que empezaban con los pies sobre la tierra y después se suicidaban con conspiraciones ridículas que destruían el verismo del policial, el cine de acción o el marco testimonial. Amén del hecho de que lo único que evita que el proyecto se caiga a pedazos del todo es la presencia de Francella y el villano coherente de Rago, la película sí cuenta con ideas interesantes como el dinerillo sacado en las maletas, fondos de los espías y los distintos ministerios que son robados y trasladados al exterior, o eso de que Alejandro quede en el medio en una guerra entre los servicios de inteligencia por un lado y la policía aeroportuaria y la fiscalía por el otro, simbolizadas en el director policial Mario Aldana (Carlos Portaluppi) y la fiscal Rita Tirabosco (Mónica Villa), pero todo deriva en un juicio aburrido con Petrossián como testigo contra los empleados públicos “malos, muy malos”, además de la novia en peligro y el amigo traicionero infaltable, el también piloto Fernando Marconi (Guillermo Arengo).

La Extorsión, asimismo, es un buen ejemplo de algunas manías del cine industrial actual, ese que como decíamos antes se confunde con cualquier otro producto del capitalismo globalizado e insípido, como la tendencia a lavar éticamente al protagonista mostrándolo como un genio en lo suyo y/ o un pobre tipo en otras ramas del mercado y la vida, en suma un ventajista camaleónico por la fuerza que se adapta al ambiente que tiene alrededor, en esta ocasión un Estado corrupto que se aprovecha de la autarquía de los espías en el manejo de su presupuesto, sin olvidarnos de estos mismos baches morales, hoy un Petrossián que por momentos parece un pícaro mujeriego ochentoso autolegitimado y en otras ocasiones un burgués decadente y cobarde que celebra el egoísmo y las mentiras, y esta incapacidad para concebir un remate que se sienta natural en función del desarrollo previo, no como el último acto del film que nos ocupa y sus desvaríos como esa mujer que sale mágicamente del coma luego de un balazo, un par de mexicaneadas que surgen de la galera como si nada y hasta chispazos pobretones y desfasados de “feel good movie”. Zaidelis, quien se había encargado de la patética Re Loca (2018), una de las múltiples remakes que tuvo Sin Filtro (2016), del chileno Nicolás López, mucho no puede hacer con la defectuosa trama de Diez, miembro del staff de guionistas de El Encargado (2022), la genial serie de Mariano Cohn y Gastón Duprat para Star+, aunque definitivamente su estilo higiénico no ayuda y sólo en un epílogo trasnochado de recomienzo de ciclo, símil film noir pesimista, parece entenderlo…