La doble vida de Walter

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

Diferencias (primera entrega)

Foster volvió a la dirección dieciséis años después de Feriados en familia con una de esas historias rayanas con lo imposible para un arte de imágenes y sonidos y tendiente al realismo: un depresivo parece encontrar una cura al ponerse un castor títere en su mano, y así desdoblarse y convertir al castor en su alter ego (o, directamente, en su yo a secas). Esto, a priori, tiene mejor destino de cuento o novela que de película: ¿cómo hacer para que un señor al que vemos hablar con un acento extraño y mover un muñeco para relacionarse con el mundo no sea irremediablemente intolerable? Una decisión es elegir como protagonista a Mel Gibson, actor y director talentoso, desequilibrado, con pozos y euforias constantes en su filmografía (sí, La pasión de Cristo es deplorable, pero pocos otros directores en actividad podrían lograr esa proeza cinética que es Apocalipto). Otra decisión es naturalizar cinematográficamente la situación del castor. Así, Foster exhibe con velocidad y fluidez la historia de Walter (Gibson), y es veloz (a veces demasiado) para pasar del momento eufórico representado por el castor a la renovada caída y al esperable cierre. Sin embargo, hay otra historia en la película que compite con la de Walter: la del hijo adolescente, apenas el gastado derrotero de chico sensible que ya vimos muchas veces. En cada uno de sus segmentos adolescentes la película parece apagarse, detenerse: Foster nos escatima metraje de la historia de Walter y del magnetismo de Gibson (si dudan de Gibson como actor, páguenle al sobrevalorado Clooney para que intente darle vida a un castor de tela) y nos somete a una historia anodina planteada como paralela para que luego, obviamente, deje de serlo. En la falta de determinación por mantenerse con Walter la película obtiene esa doble vida del título local al precio de hacerse débil, inconsistente, chirle.