La doble vida de Walter

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

Jodie Foster como realizadora siempre de ha despegado de obras anteriores tratando de ofrecer propuestas diferentes, arrancando con la pequeña pero entrañable Mentes que brillan, lúcido análisis de la precocidad intelectual humana, que se extendió a la interesante búsqueda dramática de Home for the Holidays. En el medio de estos dos films brindó como productora y protagonista el notable Una Mujer Llamada Nell, que aún si ser dirigido por ella contiene su espíritu estilístico y expresivo. Su retorno detrás de cámaras la ubica nuevamente en un film que no se parece a ninguno de su filmografía, teniendo en cuenta que sus elecciones como intérprete son menos selectivos y rigurosos que como cineasta.

Sea como fuere, La doble vida de Walter presenta particularidades varias, desde abordar los bloqueos mentales más inexpugnables, hasta la curiosa elección como protagonista de un Mel Gibson que ofrece como actor una de sus composiciones más arriesgadas. Un rol sólo comparable al de El hombre sin rostro, su primera pieza como director, un campo en el que no se le pueden negar audacias que lo vinculan fuertemente con la distintiva carrera de su amiga y aquí directora. Walter Black, exitoso empresario de juguetes, sufre una indescifrable y a la vez profunda depresión que lo desvinculan de su tranquila vida familiar y de su propia existencia. Sin embargo en un acto desesperado se aferra a un viejo títere manual de su creación, que cobra vida y lo resucita en todos los órdenes, hundiéndolo a la vez lo en un nuevo y aparentemente irreversible desorden psicológico. Un extraño y desafiante melodrama, casi siempre perturbador y tragicómico aunque con wscasas líneas de humor. La trama paralela que engloba al hijo adolescente de Walter y sus conflictos redondea una propuesta atrayente, simbólica y controvertida que quizás daba aún para más. El trabajo de Gibson es encomiable y lo propio se puede decir de los ascendentes Anton Yelchin y Jennifer Lawrence.