La decisión de partir

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Hacia la saturación

La nueva e inusual epopeya de Park Chan-wook, Decision to Leave (Heojil Kyolshim, 2022), definitivamente marca un paradójico punto de inflexión dentro de la carrera del ya mítico cineasta surcoreano, por cierto uno de los poquísimos cuyas flamantes realizaciones constituyen un verdadero acontecimiento dentro de la comunidad cinéfila, porque por un lado se podría decir que quiebra la seguidilla de faenas previas mayormente centradas en sus obsesiones perversas de siempre, como por ejemplo la revancha, la traición, el crimen truculento, la fascinación sexual, el parasitismo, la locura, la cruel inoperancia institucional, la confusión de identidad, la política y todas las estratagemas para manipular la voluntad del prójimo a nuestro favor, y debido a que, por el otro lado, continúa firme en su lenguaje narrativo, estético, formal y temático profundamente enrevesado y tan elegante como barroco, por ello en esencia en la película que nos ocupa nos topamos con una destilación del núcleo más lírico y romanticón del cine de Park -corazón retórico que siempre estuvo presente en su producción pero que el director y guionista solía “maquillar” con otros berretines conceptuales y toda su morbosidad irónica marca registrada- aunque adornado, de nuevo, con una edición repleta de cortes abruptos, una buena tanda de música incidental que implica dinamismo esquizofrénico y una fotografía ampulosa basada en tomas algo bizarras, una infinidad de travellings y un extrañamiento anímico de tipo pictórico culto capaz de imponer una interpretación de lo más anómala del preciosismo, pensemos en este sentido que la belleza visual en el cine del surcoreano no es sinónimo de artificialidad banal y muy redundante, como suele ocurrir en el ámbito occidental y en especial el mainstream pasteurizado masivo de hoy en día y su fetiche con una “profesionalidad” de cartón pintado o plástico, sino de un surrealismo en verdad sublime que puede marear por la catarata de información ofrecida tanto como obnubilar al espectador al extremo del hipnotismo freak.

Basta con recordar la afamada Trilogía de la Venganza de Park, aquella de Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002), Oldboy (Oldeuboi, 2003) y Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan Geumjassi, 2005), o la película que lo llevó a la celebridad mundial, Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok JSA, 2000), o el pelotón de films posteriores que no hicieron más que acrecentar su leyenda, léase I’m a Cyborg, But That’s OK (Ssa-i-bo-geu-ji-man-gwen-chan-a, 2006), Thirst (Bakjwi, 2009), Stoker (2013) y The Handmaiden (Ah-ga-ssi, 2016), para comprender las expectativas hoy desechas del público y los fans más conservadores luego de seis extensos años de espera en pos de un nuevo largometraje y cuatro contados desde el último proyecto ambicioso del realizador, hablamos de la maravillosa serie The Little Drummer Girl (2018), trabajo para la BBC One inspirado en la novela de 1983 de John le Carré. El guión, escrito por Park y Jeong Seo-kyeong, colaboradora de larga data del genio porque ya lo ayudó en ocasión de Sympathy for Lady Vengeance, I’m a Cyborg, But That’s OK, Thirst y The Handmaiden, complejiza lo que podría ser sencillo a un nivel que bordea el absurdo: Hae-jun (un estupendo Park Hae-il) es un detective insomne y workaholic casado con Jung-an (Lee Jung-hyun), eje de un matrimonio en crisis, que investiga el fallecimiento de un hombre que cayó desde lo alto de una montaña/ formación rocosa, el oficial de inmigración corrupto Ki Do-soo (Yoo Seung-mok), y que se obsesiona con la mujer del finado, la enfermera e inmigrante china Seo-rae (Tang Wei), a la que comienza a vigilar hasta que desarrolla una relación platónica con ella mientras se determina que la muerte del varón fue un suicidio, sin embargo el vínculo se corta cuando el policía descubre que la viuda intercambió celulares con una paciente suya como coartada que podría haber servido para asesinar al abusón de su marido trepando el peñasco en cuestión, alcanzando la cima casi en simultáneo y empujándolo hacia el vacío.

Esta primera mitad del convite, evidentemente hermanada al latiguillo del film noir de la femme fatale despertando la atracción del detective que debería investigarla hasta meterla presa o -por el contrario- desligarla de toda culpa, tradición que va desde Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, hasta Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), de Paul Verhoeven, es en cierta medida ninguneada por la segunda parte de la historia, una que vuelca los engranajes del misterio y el susodicho policial negro hacia -ahora sí, sin anestesia discursiva alguna- el melodrama de cadencia poética, semi etérea y extremadamente fatalista, como decíamos con anterioridad un planteo que ya estaba presente en obras no siempre tenidas en cuenta dentro del “canon Park” como I’m a Cyborg, But That’s OK y Thirst aunque rebajado vía la fantasía y el horror, respectivamente, aquí apareciendo mediante el ardid narrativo de la crisis psicológica de Hae-jun después de comprobar que Seo-rae lo manipuló para borrar evidencia comprometedora y volcarlo a su favor durante la investigación por el óbito de Ki Do-soo, separación que pone en un impasse el amor del detective aunque desencadena el afecto de la otrora mujer indefensa y ahora posible homicida, esa Seo-rae que insólitamente se casa con otro varón bastante lúgubre y poco ético, Lim Ho-shin, el cual aparece muerto con 17 cuchillazos en su cuerpo cortesía de Sa Cheol-seong (Seo Hyun-woo), un loquito cuya anciana madre había sido estafada por el finado, quien dilapidó todos los ahorros de la mujer, hasta terminar falleciendo por complicaciones con su diabetes y un colapso nervioso a raíz de la amargura. La constante idea de fondo de Park de llevar todo hacia la saturación, tanto dramática como intelectual macro, duplica lo hecho en otros opus de más de dos horas de duración, como The Handmaiden y Thirst, pero aquí queda más de manifiesto/ desnuda por el sustrato meloso del film y el recurso sintetizado en el título en inglés, esa decisión de abandonarlo todo que conlleva una fuga a la vez profesional, romántica y cuasi existencial.

Así como Hae-jun se siente usado por la femme fatale para sabotear la pesquisa en torno al supuesto suicidio de Ki, jugada que lo pone en ridículo y destruye su quimera de perfección policial autocontenida, Seo-rae, por su parte, arrastra una clara compulsión que es propia de muchas hembras en materia de juntarse con machos maquiavélicos, egoístas, violentos y/ o ventajistas, incluso llegando a reconocer que se enlaza con ellos para convencerse de que resulta necesaria la ruptura o por entonces el divorcio, opciones que aparentemente -la frontera entre la ficción y la realidad es bastante difusa en Decision to Leave– son dejadas de lado en pos de privilegiar el asesinato, directo en el caso de Ki Do-soo e indirecto en lo que atañe a Lim Ho-shin porque “ayuda” a morir a la madre de Sa Cheol-seong a sabiendas de su promesa de matar al estafador/ segundo marido de la mujer si eso ocurría. Mientras el detective abandona su puesto en Busan para trasladarse a Lipo, una localidad costera, y es al mismo tiempo abandonado por su esposa en favor de otro hombre/ amante, la criatura de la exquisita Tang Wei se la pasa abandonando a sus maridos mandándolos al infierno por la autopista del homicidio, todas decisiones precisamente forzadas por sucesivas coyunturas calamitosas motivadas por desinterés, perfidia, golpes, un hermetismo sofocante, soberbia, amoralidad o una necesidad permanente de huir, amén de la hilarante obsesión de Park con eso de condimentar semejante embrollo vía diversos secundarios y subtramas más o menos delirantes que llevan a persecuciones, palizas, destrozos hogareños, un poco de slapstick y hasta el robo de tortugas sumamente peligrosas. La película, de hecho, es más extensa de lo necesario y puede ser muy frustrante por partes pero sinceramente la sobreabundancia de ideas de Park es un tesoro a proteger en el séptimo arte actual y su frenesí, siempre a mitad de camino entre la fantasía y la praxis más mundana, nos regala una sorpresa tras otra ya que reflexiona sobre la renuncia y los límites sutiles del amor en tiempos de multitasking…