La dama de oro

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Alguna vez hemos escuchado esta frase típica de la industria de Hollywood, algo así como "resuma el guión en 25 palabras". Era en la época dorada en la cual el poder de síntesis era fundamental para que un guionista lograra que la entrevista frente a un productor o un jefe de los grandes estudios durara más de 3 minutos. Cómo si en más de ese número de palabras se daba por hecho que la cosa no funcionara en la boletería, y en menos faltara solidez a la historia.

Si hiciéramos este ejercicio con “La Dama de Oro” debería resultar en una oración parecida a: Una mujer, heredera de cuadros famosos, enjuicia al gobierno de Austria para recuperarlos buscando justicia, pues le fueron robados a su familia durante el nazismo.

No está de más el juego porque esta historia real convertida en guión se parece mucho a los de esa época. De hecho todo; desde la producción a la puesta; y desde la dirección al tipo de actuación en tanto construcción de personajes, remiten a los viejos axiomas sobre los cuales se basaba la posibilidad de existencia de una obra cinematográfica. Contar una historia con buenos condimentos que genere drama, humor, emoción y, por supuesto, que termine bien.

Será entonces en algunas pinceladas de otro tipo de detalles inherentes al contexto en donde el guión de “La Dama de Oro no ha quedado encajonada en algún escritorio.

Claramente la más importante es la presencia de Helen Mirren. Sin una actriz de este aporte prácticamente no habría película, porque las acciones del eje dramático recalan en su capacidad para actuar el derrotero del personaje. Si es por esto, cada intervención suya genera admiración, placer, y obviamente verosimilitud. Es, el de María Altmann, el tipo de personaje que genera competencia entre posibles candidatas. Meryl Streep, Judy Dench, Maggie Smith, Glenn Close, etc, podrán haber sido descartadas por distintas razones, pero nunca una actriz por debajo de estas condiciones actorales. El resto del elenco gira en torno a ella, como ocurrió una y mil veces con este tipo de producciones, a las que en definitiva las podemos considerar como "redondas" en un sentido integral.

¿Qué más nos queda luego? La corrección política o el desafío de ir más allá. Apostar por otro tipo de denuncia es animarse a no tener que "quedar bien con todo el mundo". En esto sí, uno podría esperar un plus en el siglo XXI. Al menos con un hecho generado en 1940 y con resolución consumada y cerrada en 2006, una conclusión más conceptual en lenguaje de imágenes que las que pueden entregar frases de epílogo al final de la proyección. Son elecciones artísticas simplemente.

Nada le quita a éste estreno ser una obra que genera sensaciones genuinas provenientes de la narración pura y no desde el efectismo. Buenos momentos graciosos, y otros tantos emotivos, aún sin tener en su estructura un antagonista real más que un presente burocrático o un conflicto de intereses plasmados a través de personajes que no pasan de la seriedad de un jurado de concurso de baile.

Estamos frente a una historia como las de antes. De otra época. Esa autoconciencia es el mejor apoyo y no es poca cosa.