La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Vértigo y violencia en partes iguales

Segunda parte de la saga “Millennium”, impresiona.

Ha pasado más de un año desde que Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist se vieron por última vez. Ella, hacker, con tendencias violentas, y él, periodista redimido, salieron indemnes de Los hombres que no amaban a las mujeres , cuando descubrieron una trama de sexo y violencia familiar que se mantuvo oculto en una familia por cuatro décadas. Ahora el presente vuelve a cruzar a la punk bisexual de cabello negro azabache y el hombre de cutis problemático en un caso de homicidio, trata de mujeres y corrupción.

Igual que en la primera novela de Stieg Larsson, Lisbeth y Blomkvist son vistos en paralelo: cada uno por su lado. Ella tiene asuntos pendientes con su vigilante penitenciario Bjurman -el que la violó- y él va a dar cabida en su publicación Millennium a un trabajo de investigación de Dag, un periodista sobre tráfico de seres humanos, preferentemente de Europa del Este. No sólo quiere difundir los nombres de los proxenetas: hay clientes importantes, desde jueces y fiscales a policías y miembros del Gobierno.

Obvio: Bjurman aparece asesinado con un revólver en el que hay huellas de Lisbeth, y Dag y su pareja Mia, ajusticiados en su departamento.

A partir de allí, y con menos dramatismo que en Los hombres... , pero con mayor protagonismo de Lisbeth, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina comenzará a desandar el camino del thriller, con policías que no siguen las pistas adecuadas, Blomkvist creyendo a ciegas la inocencia de la joven, y Lisbeth transformándose en una investigadora cada vez más sagaz. Y perversa.

Daniel Alfredson, que reemplazó en la dirección a Niels Arden Oplev ( Los hombres...) y dirigiría el capítulo final de la saga de Milleniumm , La reina en el palacio de las corrientes de aire , no tiene que presentar a los personajes, ahorra palabrerío y va directo a la historia. Hay muchas revelaciones importantes, un asesino enorme y rubio que por un asunto genético no percibe dolor, sexo, violencia, y un pasado doloroso que marca cada acción de la protagonista.

Lo que no ha cambiado con la variación de realizador es el ritmo vertiginoso, el profundo clima de suspenso y esas volteretas de la trama, que más que desconcierto, sorprenden y cautivan.

El papel de Lisbeth es realmente uno de los más difíciles de llevar adelante para cualquier actriz. Su carga de sadismo, de pena, su contracción y pocas palabras hacen que la labor de Noomi Rapace se gane un elogio merecido. Y cuesta pensar quién podrá reemplazarla en la versión hollywoodense de la saga, con un Daniel Craig que tiene un phisique du rol similar al de Michael Nykvist, el sueco que interpreta sin muchas luces aquí a Blomkvist.

Ya en Los hombres... se sabía que aquella chica que jugaba con un fósforo y la gasolina era Lisbeth, prendiéndole fuego a su padre. Y es bueno recordar que Lisbeth odia a los hombres que no aman a las mujeres...

Lástima que habrá que esperar, para la resolución, al estreno en cines locales de La reina... , que empieza justo, justo cuando termina La chica...