La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Una cacería a los demonios del pasado

Cuando Niels Arden Oplev (junto con los guionistas Nicolaj Arcell y Rasmus Heisterberg) adaptó “Los hombres que no amaban a las mujeres” tuvo una particular suerte: la primera parte de la denominada “trilogía Millennium” de Stieg Larsson (que en buena medida “cierra”, pero que su autor hubiera seguido si no hubiese fallecido) es una historia bastante autoconclusiva, que pivotea entre el policial más clásico (con su investigación de archivo, su caso irresuelto en el el pasado) con el policial más negro, el que implica “meter las patas en el barro” de la sociedad. El resultado fue una buena demostración de cómo adaptar una novela respetando la esencia de la historia y de los personajes, la verdadera clave del universo larssoniano.

La dupla del realizador Daniel Alfredson y el guionista Jonas Frykberg la tuvo un poco más difícil: la segunda parte de la trilogía, que se encadena directamente con la tercera, nos lleva directamente al nudo de este edificio conceptual. Que no es otro que el pasado de Lisbeth Salander.

La peor aventura

La historia comienza tiempo después del final de la primera parte, con Lisbeth viajando y disfrutando del dinero birlado al empresario Hans-Erik Wennerström. De vuelta a Estocolmo, le hace una “visita” a su administrador Nils-Erik Bjurman, para demostrarle que lo tiene vigilado, lo que provocará la ira de éste y lo estimulará a activar una venganza con alcances impensados para todos.

Mientras tanto, Mikael Blomkvist continúa trabajando en la revista Millenium junto a su colega y amante Erika Berger. A su equipo, se sumará el periodista freelance Dag Svensson, quien impulsado por su novia, la criminóloga Mia Johannsen, les propone publicar una investigación sobre tráfico de mujeres de países del Este, dedicadas a la prostitución.

Pero el crimen se meterá en el medio de las vidas de todos, y Lisbeth volverá a ser perseguida (esta vez más que nunca) por el mismo sistema que la encerró en un psiquiátrico. Pero ella cuenta con un amigo leal, aquel que le debe la vida: Mikael, quien contra viento y marea tratará de demostrar la inocencia de la chica más prejuzgable del mundo. Al mismo tiempo, ella decide resolver de una vez por todas las cuentas del pasado que la han puesto en esta situación.

Adaptación

La novela de Larsson hace un manejo magistral de los tiempos y de las persecuciones superpuestas, a veces relatando un mismo momento desde distintas ópticas. La carga informativa parece ser demasiada para el relato cinematográfico, optándose por una narración más lineal, con secuencias intercaladas.

El mayor problema está tal vez cuando por ahorrar metraje se pierden elementos que hacen a la historia (¡la pistola en la cómoda!) o a la personalidad de los personajes, desde el enigma de la contraseña del departamento de Lisbeth, hasta la pelea de Paolo Roberto. Hay que destacar que el filme cuenta con la actuación del boxeador sueco de origen italiano interpretándose a sí mismo, pero quienes leyeron la novela extrañarán el carácter épico de su enfrentamiento con el gigante Niedermann.

En carne y hueso

Como decíamos, la clave son los personajes: en la imaginación del novelista, cada uno tiene desde una estructura mental y de creencias a una serie de gustos definidos en materia culinaria. Alfredson se apoya aquí en un recurso probadísimo: el elenco. Especialmente en la maestría de Michael Nyqvist como Mikael y en la descomunal Noomi Rapace, como Lisbeth.

Tarea complicada, ya que aquí no hay mucho devaneo hackerístico, sino una Salander en Terminator mode, resuelta a todo. Y Rapace la reconstruye al detalle: basta verla de espaldas, desnuda frente a Mimi, con los brazos rígidos a los lados, para comenzar a entrar nuevamente en los vericuetos de esa mente. Desgraciadamente, la demanda de acción de la historia central hace perder la cuestión personal entre los protagonistas, que tal vez se pueda mostrar un poco más en la última entrega.

El otro personaje clave es Suecia, con su campo verde y su tranquila Estocolmo. En especial esa anti-Manhattan que es la isla de Södermalm, con sus callecitas antiguas y su gente que se mueve a otro ritmo, hasta los policías: los que ingresan a la casa de Lisbeth en la humilde Lundagatan, el inspector Jan Bublanski entrando a tomarse con Mikael un exprés en un café de Folkungagatan, cerca de la Götgatan donde funciona Millenium o la Fiskargatan donde está el nuevo piso de Lisbeth.

En definitiva: mucha acción, pesquisas, miserias humanas, villanos de uno y otro lado del mostrador, y los dos antihéroes más queribles de los últimos tiempos.