La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina

Crítica de Fernando López - La Nación

Revelaciones sobre una heroína de moda

Millenium 2 es más convencional que su predecesora

Dura, rebelde, reservada y temeraria como siempre, Lisbeth Salander está de regreso. Se ha tomado un respiro y disfruta del sol caribeño, pero pronto volverá a aplicar su astucia, su capacidad para resolver cualquier enigma y su dominio de la tecnología para dilucidar en su nativa Suecia una escabrosa trama en torno de poderosos traficantes de sexo, tan perversos como puede esperarse de una historia de Stieg Larsson.

Salander, otra vez personificada por una Noomi Rapace a la que será difícil reemplazar, es la verdadera protagonista no sólo porque ocupa el centro de la acción en gran parte del relato, sino también porque a ella apunta la principal incógnita: al cabo de la enmarañada intriga se echará alguna luz acerca de su personalidad, al conocerse algunas traumáticas experiencias de su pasado.

La brutal escena de violación con que comienza el film conecta con la entrega anterior y, al mismo tiempo, instala el puente que ha de vincular, aunque por caminos paralelos, la peripecia individual de Lisbeth (inesperadamente acusada de asesinato y buscada por la policía y por los villanos) con la nueva investigación que Michael Blomkvist y sus compañeros de la revista Millenium llevan adelante sobre el mismo caso. La cantidad de personajes que aparecen involucrados en la historia, los sucesivos y constantes giros, la violencia en todas sus formas y las escenas eróticas y/o sádicas forman parte de la fórmula de Larsson, que queda aquí bastante más expuesta por responsabilidad de la dirección.

Es cierto que, como segunda parte de una trilogía, la película carece de los atractivos y las sorpresas de la primera, pero además ha habido un cambio de director (Daniel Alfredson por Niels Arden Opley), lo que deriva en una narración sin demasiado vuelo. La irregularidad del ritmo, sostenido en la primera parte y bastante decaído en el estirado tramo final, deja a la vista reiteraciones y clichés. Además, no siempre resultan muy convincentes los nexos que se establecen entre los abundantes personajes, y tampoco la intriga parece construida con la misma solidez y eficacia que -aun con sus convenciones y sus reminiscencias de Agatha Christie- mostraba Los hombres que no amaban a las mujeres .

Se comprende que para quien desconoce aquel antecedente el film resulte algo confuso, aunque así y todo cumpla con su función de enlace entre la tensa primera parte y el esperado final de la trilogía.