La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Hombres necios...(Parte 2)

Convertida en un fenómeno de marketing internacional, la saga Millennium de Stieg Larsson continúa con su proyección hacia el cine. De hecho, en breve comenzará a producirse la remake estadounidense. En esta segunda entrega el relato se centra en uno de los personajes más enigmáticos de Millennium 1: la hacker Lisbeth Salander.

La primera entrega cinematográfica de la novela de Larsson estaba lejos de ser una master piece, pero la combinación del policial al estilo de Agatha Christie con la intriga de alcance internacional le sentaba bien. En esta continuación, el conflicto vuelve a tener implicancias universales (incluso de tipo social), pero el mayor interés sigue recayendo sobre el personaje interpretado por Noomi Rapace, Lisbeth. Sólo que aquí le corresponde el protagónico absoluto. Dos colaboradores de la revista Millennium están a punto de publicar un trabajo sobre el comercio sexual en Suecia. Brutalmente asesinados, el arma encontrada en la escena del crimen indicará a la torturada Salander como sospechosa. Nuevamente el nexo entre la justicia (bastante torpe en el universo del film, por cierto) y Lisbeth será Mikael Blomkvist, periodista de aquella publicación.

El relato se estructura a partir de un montaje alterno que va de la vida de la muchacha en medio de su búsqueda a la investigación llevada a cabo por los redactores. Lo mejor, claro, está hacia el final. Para ser más específicos en los últimos diez minutos. Acorde a lo que la película construye, allí la máxima tensión entre el drama psicológico y la pieza de suspenso devienen inseparables, y es probable que el final abierto desconcierte pese a que –sabemos- resta un film más.

Millennium 2 (2009) potencia lo mejor y lo peor de la primera entrega. La película muestra el espejo de una familia disfuncional, con rasgos psicóticos, en una sociedad como la sueca, en donde se “supone” que el capitalismo se ha instaurado en su mejor forma. Con una banda sonora altisonante hasta el absurdo, la pretensión es atrapar al espectador sin dejar del todo la perspectiva más social. Si lo consigue, es merced a la figura de Lisbeth. La identificación recae sobre esta marginal, ex niña torturada física y psicológicamente, que ostenta un árbol genealógico que incluye a una madre depresiva y un padre violador y golpeador. Y no es raro que ello suceda, porque es la única que puede tener una existencia lateral al sistema sin infectarlo de sus propias miserias.

Hacia la mitad de la película aparece un personaje digno de una película clase b, un hombre enorme que no posee sensibilidad ante el dolor. La explicación con la que se justifica su monstruosidad es tan arbitraria y berreta como gran parte de las pistas y resoluciones con las que el guión se sostiene. Por momentos el film pareciera ser autoconsciente de esta arbitrariedad, pero el problema es que se impone la solemnidad. Esperamos que en la tercera parte Lisbeth resurja, ya sea para sobreponerse de pederastas, maniáticos sexuales, corporativistas, psicóticos, o váyase a saber qué.