La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

El fuego en la clandestinidad

Antes de adentrarnos de lleno en la adaptación cinematográfica del segundo eslabón de la “trilogía Millennium” conviene recordar la estructura narrativa de su predecesora, Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009). La historia se dividía en dos partes específicas: durante la primera se presentaba en paralelo a los dos protagonistas centrales, el tenaz editor Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist) y la implacable hacker Lisbeth Salander (Noomi Rapace); en la segunda mitad sus respectivas trayectorias los llevaban a converger y trabajar juntos en el caso en cuestión. Ahora bien, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina (Flickan som lekte med elden, 2009) es el comienzo del desenlace propiamente dicho y como tal puede ser homologada a aquella primera sección del film original aunque en esta oportunidad el foco gira hacia Salander.

En términos concretos la trama sigue el típico desarrollo de los capítulos intermedios y vuelve a ofrecer las vicisitudes de ambos personajes reservando con inteligencia el ansiado reencuentro para el episodio final. Las tres películas respetan a rajatabla la organización expositiva de las novelas de Stieg Larsson: el primer tomo es autosuficiente y las dos secuelas funcionan en conjunto como una obra única, en la que La reina en el palacio de las corrientes de aire se deriva de manera explícita del volumen anterior. Lo que a simple vista podría percibirse como una sutil metamorfosis desde el thriller hardcore posmoderno hacia el policial de cuño clasicista más bien debe ser leído dentro de un contexto general que abarca tanto las modificaciones que los propios libros van pautando como el consabido reemplazo en la silla del director, así Daniel Alfredson toma la posta de Niels Arden Oplev.

Mientras que Blomkvist incorpora en el staff de la revista Millennium a Dag Svensson (Hans Christian Thulin), un joven periodista que está escribiendo un espinoso artículo sobre el tráfico sexual de mujeres basado a su vez en la tesis de doctorado de su novia, Lisbeth por su parte considera que ha llegado el momento de finalizar su estadía en el Caribe y retornar a Estocolmo para visitar a sus seres queridos y “chequear” que su tutor legal Nils Bjurman (Peter Andersson) esté cumpliendo su cometido. De inmediato todo se complica cuando Dag, su pareja y el mismo Bjurman son ejecutados y la policía encuentra un arma con las huellas de Salander. Obligados a actuar bajo presión, nuestros dos antihéroes iniciaran investigaciones por separado en pos de hallar a los verdaderos culpables de los crímenes, él desde la prensa gráfica y ella literalmente desde la más pura clandestinidad.

Como puede apreciarse el tono detectivesco marca el pulso del relato imponiendo una exploración progresiva sobre los distintos rasgos de Salander, uno de los personajes más fascinantes que haya dado la ficción en mucho tiempo. La sistematización de los abusos de la primera entrega deja paso a su inevitable consecuencia, una enorme espiral de venganzas recíprocas: la misoginia social y la corrupción de la dirigencia sueca ahora se nos aparecen singularizadas bajo la forma de “monstruos” de extrema derecha que se mimetizan y lucran en función del desconocimiento masivo. Alfredson sale airoso del trance de ya no contar con el factor sorpresa y aprovecha al máximo el intrincado guión de Jonas Frykberg, sin dudas tan ajustado como el de su antecesor Nikolaj Arcel. La extraordinaria Noomi Rapace constituye el corazón de un verosímil furioso que solicita a gritos el fuego de la revancha…