La casa del demonio

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

Hay algo con las películas sobre posesiones demoníacas. Por año se estrenan alrededor de cinco o seis, en general centradas en una mansión, otrora habitada por entes o espíritus que vuelven al tiempo presente ya sea por motu propio o por motu de un grupo de jovencitos rompe bolas sin nada mejor que hacer. Por algún motivo, estos productos se siguen fabricando y consumiendo, como si hubiese un mercado que demanda este tipo de películas pero se conforma con la misma fórmula de siempre, sin desafíos ni variaciones: sobreabundancia de found footage y golpes de efecto.

La película que nos convoca no es la excepción.

La Casa del Demonio (Demonic) está estructurada en dos tiempos: el presente de la historia, con los hechos ya ocurridos, y flashbacks al pasado, en una suerte de reconstrucción de la escena del crimen.

Mark Lewis (Frank Grillo) es el detective a cargo del caso, nervioso, con poca paciencia, gritón e hiperbólico, menos preocupado por resolver el caso que por irse a dormir y a coger con su esposa, la siempre hermosa María Bello, en la piel de la Dra. Elizabeth Klein, psicóloga a cargo de interrogar a uno de los únicos sobrevivientes de la tragedia. La Dra. Klein es el opuesto a Lewis, contenedora, empática, dulce, y el hecho de tenerla a María Bello nos reconforta y nos tranquiliza frente a tanto desborde y sobreactuación. La Dra. Klein es entonces la encargada de sonsacar cualquier información de John (Dustin Milligan) e ir reconstruyendo los hechos.

La segmentación del relato es un acierto a la hora de crear suspenso: sabemos quiénes están muertos, quién está vivo y quiénes están desaparecidos pero no sabemos nada de lo que ocurrió en esa casa. John es la única clave para acceder a alguna pista y tratar de localizar a los que faltan.

La película va y viene hacia y del pasado. Los hechos ocurridos son mostrados en parte mediante flashbacks de la mente de John, en parte mediante el ya gastado recurso del found footage de videos dañados que el detective y la policía encontraron en la casa endemoniada. Toda esta información nos adentra en la historia de la posesión, de cómo un grupo de jóvenes fue a una casa a invocar espíritus de gente asesinada allí años atrás.

Y acá la película se vale de los mismos recursos que todas las de found footage: ruidos violentos; cámaras que captan más de lo que capta la persona que está en ese lugar; puertas que se cierran o se abren; movimientos extraños y violentos; alguna presencia fantasmagórica que de golpe se vuelve visible solo para la cámara y para nosotros. Nada nuevo bajo el sol. Nuevamente un pasado de posesión demoníaca. Incredulidad inicial por parte de los involucrados. Instalación de los equipos caza-fantasmas. Ritual. Sesión espiritista. Aparición de los fantasmas. Cagaso. Muerte o desaparición. La fórmula se repite sin mayores variaciones. Y nosotros, con la sensación de estar tomando otra vez sopa, desabrida, sin sal.

Llegando a la resolución, La Casa del Demonio se acelera a una velocidad vertiginosa.
Otro de los desaciertos es el final. Llegando a la resolución, Demonic se acelera a una velocidad vertiginosa. La construcción gradual de los personajes, el clima, la atmósfera y la historia (ya visto pero bien narrado y construido) se tira por la borda al precipitar el final y resolver todo en un montaje paralelo vertiginoso totalmente innecesario. Es como si alguien hubiese dictaminado que la película tenía que durar 80 min, ni uno más, y entonces se hubiesen encontrado con que faltaban unos 15, 20 minutos y hubiesen decidido resolver todo en una secuencia acelerada. El resultado es un final con sorpresa, con giro, pero torpe y apresurado, la torpeza que deviene de un accionar precipitado e impulsivo.

Y esto nos lleva a la resolución con giro, que podría haber sido interesante, de no ser por el ritmo funesto y por la previsibilidad. John, el sobreviviente interrogado presuntamente inocente, resulta ser el asesino (poseído por el mismísimo Belcebú), y su alma (ya estaba muerto y encuentran el cuerpo) se traspasa al bebé que su novia espera (una de las personas desaparecidas, a quien encuentran de repente como parte del montaje acelerado), en una suerte de final al estilo The Skeleton Key (-Iain Softley, 2005- esa gran película con quien comparte escenario, el sur estadounidense, más precisamente el estado de Luisiana, lugar de pantanos, mansiones embrujadas y acento sureño profundo) pero sin la sorpresa ni la pericia de aquella. Lo que en la película de Iain Softley era un final absolutamente sorpresivo y asfixiante, en ésta es una vuelta de tuerca forzada y esperable.

Como todo en esta película. Como en la mayoría de las películas sobre posesiones demoníacas. Fórmula agotada. Recursos desgastados. Historias repetidas. Pero, sorpresivamente, se siguen estrenando cinco o seis por año. Será que la masa acrítica sigue consumiendo ciertos productos con una vara baja y sin pretensiones. Por eso es que cada vez celebramos con más vehemencia la aparición de películas de terror como It Follows (David Robert Mitchell, 2015), que sirven, además de como gran entrenamiento terrorífico, para renovar nuestra fe y esperanza en el género que más amamos en el mundo.